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sábado, 20 de junio de 2015

DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO

Hay tormenta, el mar rompe contra la barca y Jesús duerme sobre un almohadón. Es razonable el miedo de los apóstoles, la barca iba llenándose de agua y lo despiertan: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?”, le dicen con dureza. Cuantas veces en nuestra vida y en nuestra historia, Jesús parece que duerme y creemos que estamos solos y todo depende de nosotros para subsistir. La vida es dura, supone luchas, pero no hay que desesperar si estamos afianzados en la fe. Jesús parece decirles: “como no tenéis fe, por eso el miedo”.
 

Pero, en este texto, nos podemos quedar sólo con el milagro: “Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: ¡Silencio, cállate! El viento cesó y vino una gran calma. Se quedaron espantados y se decían unos a otros: ¿Pero, quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!”. Cuando estamos mal, a merced de las tempestades de la vida, en ocasiones parece que no hay salida, pues nada, que venga el superhéroe y nos salve, le pedimos el milagro y todo se soluciona y si no funciona decimos que hemos perdido la fe. Suele ocurrir, que si alguien querido tiene una enfermedad incurable, por mucho que pidamos el milagro, se muera, si alguien dice que no se le escuchó y por eso perdió la fe, es que vive en el mundo de la magia. Aquí el milagro, como en todos los relatos del Evangelio, es un símbolo de algo más profundo.

¿Y qué es eso más profundo?: el miedo y la falta de fe. Un miedo, que no es sólo miedo ante un peligro (hundirse), sino ante la vida, que hoy más que nunca se considera un bien absoluto y algunos temen perderla, no entendieron aquello de “el que quiera guardar su vida la perderá”. Es el miedo a perder nuestras cosas, lo que tenemos, la seguridad, la buena posición, lo que pensamos es nuestro prestigio, la comodidad, la salud y sobre todo el dinero. Este miedo nos hace cobardes, aferrarnos a nuestro pequeño mundo como si fuera lo más importante, a nuestras instituciones incluso de Iglesia y esto nos esclaviza.

Ese miedo tiene muchas formas y por eso merece el reproche de Jesús: “¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?”. Se nos urge a una fe que no tenga miedo a afrontar la vida. Una fe que no tenga reparo en cuestionarse, dudar, pensar, hablar, expresarse, obrar, denunciar, porque hay valores por los que merece la pena arriesgar. Una fe que nos madura, para mirar de frente los acontecimientos que nos pasan: la tempestad, la muerte, los peligros, las crisis… Y si, es verdad, que la fe no elimina los problemas, ni lo hace todo más fácil, pero en ella, podemos encontrar una explicación profunda a la vida, la fuerza necesaria para luchar por la verdad, la justicia, la honestidad, la fraternidad… y tener valentía para vivir desde el Evangelio.

Dice la segunda lectura: “Por tanto no valoramos a nadie por criterios humanos. Si alguna vez juzgamos a Cristo según tales criterios, ahora ya no. El que vive con Cristo, es una creatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha llegado lo nuevo”. ¿Será verdad?, cuando vemos tantas claudicaciones ante el poder, los que tienen, los que nos ayudan económicamente, cuando somos tan políticamente correctos. Cuando dentro de la Iglesia (la barca de los apóstoles) valoramos más las dignidades y nos llamamos ilustrísima y señor don. Cuando esperamos en un Cristo, que nos conceda todo lo que le pedimos desde nuestros criterios humanos: la lluvia, aprobar, tener suerte, salud… Nuestra barca y la de la Iglesia están amenazadas en este mundo pluralista y cambiante, pero a veces las peores tempestades pueden venir de nuestra falta de fe.

Comienza el Evangelio de hoy con la frase de Jesús: “Vamos a la otra orilla”. Los que nos rodean, lo que quieren ver en nosotros, es la valentía con que Cristo afrontó las tormentas de su vida, el dolor, la persecución, la muerte… ver que más allá de los criterios humanos, queremos arriesgar la vida desde la fe por aquello que realmente tiene sentido. Que intentamos ver las cosas desde el final y sabemos que llegaremos a la otra orilla, porque Él está con nosotros, aunque parezca dormido. Estas embarcado, se valiente, confía y ten fe.

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