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sábado, 24 de enero de 2015

PARA REFLEXIONAR: ES NECESARIO REPARAR LA MURMURACIÓN

Existe una expresión clásica castellana “cortar tela o paño” para significar la murmuración, la crítica injusta, la calumnia a flor de labios, el juicio negativo sin argumentos suficientes. Entre nosotros, ¿cuánta tela se corta? Apenas hay reunión, diálogo o fiesta en los que no se pase la mayor parte del tiempo interesándose del prójimo, pero no por amor, sino por envidia o antipatía.


Hay personas que destruyen famas como quien deshoja pétalos de margaritas, hasta han convertido en deporte el hablar mal de los otros, si les falta censura, murmullo, reprobación, maledicencia se aburren. Lo peor del todo es que muchas de estas personas son muy religiosas, figuran a la cabeza de las asociaciones religiosas.

Un chismoso le estaba contando a una conocida actriz de Hollywood todo lo que sabía acerca de las dificultades matrimoniales de una pareja que se había mudado a la casa de al lado.

“Todo el mundo lo comenta”, dijo el chismoso. “Algunos están de parte de ella, y otros de parte de él”.

“Y supongo”, replicó la actriz, “que habrá unos cuantos excéntricos que no se meten en lo que no les importa”.

Afirma el Padre Royo Marín: “Se entiende por tal la injusticia del que siembra cizaña entre los amigos con el fin de disolver su amistad. Es el pecado del que cuenta chismes y susurra habladurías al oído de un amigo para enfriar o disolver su amistad con otro o de unas familias con otras”.

“Es un pecado de suyo grave contra la caridad, y muchas veces también contra la justicia, sobre todo si se vale de la detracción como procedimiento para conseguir sus perversos fines”.

“La Sagrada Escritura fustiga duramente este feo pecado. He aquí algunos textos:

Maldice al murmurador y al de la lengua doble, porque han sido la perdición de muchos que vivían en paz (Ecle. 28, 15).

Por falta de leña se apaga el fuego, y donde no hay chismoso cesa la contienda (Prov. 26, 20).

Seis cosas aborrece Yahvé y aun siete abomina su alma: ojos altaneros, lengua mentirosa, manos que derraman sangre inocente, corazón que trama iniquidades, pies que corren presurosos al mal, testigo falso que difunde calumnias y al que siembra la discordia entre hermanos (Prov. 6, 16-19).

San Pablo enumera entre los pecados dignos de muerte el de los “chismosos” o susurradores (cf. Rom. 1, 29)” (Teología moral, 810 y 811).

¿Quién no conoce la anécdota de San Felipe Neri? .Confesor prudente y exigente. Una de sus clientes era famosa por su mala lengua, su crítica, su calumnia. El inteligente santo, le impuso este singular penitencial sacramental: “por haber calumniado y haber hablado mal de su prójimo, en penitencia, irá al mercado a comprar una gallina, luego la irá desplumando por el camino. Cuando termine de ponerle en cueritos, viene a visitarme”.

Lo hizo la penitente, aunque le pareciera ridícula la resolución obedeció por respeto. Al visitar a San Felipe, éste le indicó: “ahora señora vaya a recoger todas las plumas de la gallina y me las trae”. Ella respondió: Padre el viento las habrá esparcido, algunas serían recogidas por los niños para sus juegos y ¿cómo quiere que le traiga todas, si es imposible recogerlas?”.

Y aquí llega la puntilla del santo: “si no puede recoger con facilidad las plumas de la gallina, ¿piensa que recogerá con más facilidad las palabras que ha esparcido, desplumando a su prójimo?”.

Dice San Bernardo: “La lengua es una lanza que de un solo golpe atraviesa tres personas: la que murmura, la que escucha y aquella de quien se murmura”. Una honra perdida y dos almas condenadas.

Dios castiga severamente la murmuración. En el caso de Miriam, la hermana de Moisés, que murmuró de su hermano, Yahvé se enojó con ellos: “Aarón y Miriam, ¿por qué se han atrevido ustedes a hablar contra mi siervo Moisés?” Cuando la nube desapareció Miriam se vio cubierta de lepra blanca como nieve. Intervino Moisés el bueno, y obtuvo de Dios el perdón y la curación, no sin antes ser expulsada del campamento durante 7 días (cf. Num. 12, 1-12).

Es preocupante la conclusión, porque algo afectará también a mi conducta. ¿No habré desplumado algunas personas de un modo injusto? ¿Y dónde se hallan todas las plumas de defectos ajenos, existentes o no, que he esparcido con mi lengua? ¿Cómo hallarlas, y cómo recogerlas ahora tras tantos años? Y sin embargo la justicia de Dios me exigirá la reparación de dichas ofensas más o menos públicas, ya que me doy cuenta de que luego me será imposible recoger las plumas, ¿por qué no evito ahora cuidadosamente, de esparcirlas?

(Colaboración del padre Juan José Mettini fdp)

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