Cuando a la siesta, el Sol se despereza recostado
en colgantes hamacas de retorcido ysypó,
de puntitas, el Viento Norte -niño travieso-
corre a montar el juncal redomón
empantanado en la orilla reseca del estero.
Asido de las crines de fuego,
espuelea las verdes verijas bruñidas
de su cimbreante bestia rebelde,
y de un salto -¡chiquilín inquieto!-
se trepa al cogote del arisco
tacuaral ataviado de chicharras/
relucientes cascabeles sonoros
adornando su altísima sien.
Desde su glauco-amarillo montado,
calzando espuelas de oro fundido,
arrea el blanco rebaño recogido
en la líquida dehesa,
la fluyente pradera celeste
cercada de piedras morunas.
Lo repunta hacia el sur infinito,
al frío redil donde mudará su lana de luz
por afelpados negros-grises vellones;
y tornará tronante macho cabrío
encornado de relámpagos,
urgido de copiosa húmeda fertilidad.
Y otra vez más, en el verde vientre boreal,
Dios engendrará al niño, que luciendo
vincha de Trópico en la frente y fusta de fuego
en la mano, montado al lomo esmeralda
de mi tierra, saldrá a jugar…
@elpoetaoculto845
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