A las 19 se celebró, ayer, la misa de clausura del Jubileo Sacerdotal presidida por el arzobispo de Corrientes, monseñor Andrés Stanovnik.
Durante dos días se reunieron en Itatí los sacerdotes de la arquidiócesis de Corrientes, acompañados por monseñor Stanovnik y por el arzobispo emérito, monseñor Domingo Salvador Castagna.
Para concluir el Jubileo Sacerdotal se celebró una misa en la Basílica, de la que participaron todos los sacerdotes y decenas de fieles de las distintas comunidades que conforman la arquidiócesis de Corrientes. Los jóvenes de los distintos grupos de servidores, como en cada acontecimiento arquidiocesano, también dijeron presente en esta celebración.
Homilía en la Misa de clausura del Jubileo Sacerdotal
Concluimos nuestro Jubileo Sacerdotal alrededor del altar, acompañados por los fieles que han venido expresamente para estar con nosotros en este momento. Muchísimas gracias por este gesto de cercanía y de amistad que nos hace mucho bien a todos. La semana pasada tuve la gracia de estar con el papa Francisco, a quien le comuniqué los saludos de Mons. Domingo Salvador; le expresé el afecto del presbiterio y el amor filial el pueblo correntino por la persona del Santo Padre. Le comenté luego que íbamos a celebrar el Jubileo de la Misericordia con todos los sacerdotes de nuestra comunidad diocesana en Itatí. Le expuse en síntesis los tres momentos en los que se desarrollarían estos dos días. Así pude contarle que, con la ayuda de Dios, iniciaríamos nuestras jornadas dándole gracias por los gestos de misericordia que Él tiene constantemente con nosotros, y agradeceríamos también aquellos gestos que a través de cada uno de nosotros se manifestaban hacia nuestros compañeros sacerdotes, y también aquellos que vivimos en nuestro ministerio sacerdotal como servicio hacia la gente.
En un segundo momento, reconoceríamos arrepentidos las veces que no somos instrumentos de misericordia tanto entre nosotros como en nuestro ministerio hacia los fieles. Y, por último, nos ocuparíamos en conjunto en formular unos acuerdos, como propósitos, sobre gestos de misericordia que quisiéramos tener especialmente durante el Año Santo, tanto entre nosotros, como en bien de los fieles a quienes estamos llamados a servir, precisamente haciéndolo con un corazón misericordioso. Al Santo Padre le gustó el esquema y nos envió su bendición a todo el presbiterio, a la vez que agradeció mucho los saludos y la cercanía cordial de todos los fieles correntinos, enviándonos a su vez una bendición especial a todos.
La misericordia la aprendemos mirando a Jesús y en estrecha comunión con él. No es suficiente un acercamiento intelectual hacia los gestos de misericordia de Jesús que nos describen los Evangelios. Uno puede conocer mucho sobre las parábolas de la misericordia y lograr explicarlas con precisión para los otros, pero estar muy lejos de la experiencia de la misericordia. El don de la misericordia se recibe en el encuentro personal e íntimo con Jesús. Esta experiencia la ha vivido él mismo en la relación con Dios su Padre, así como lo escuchamos hoy en el Evangelio. Es conmovedor oír a Jesús cuando comparte lo que ha vivido en la intimidad con su Padre. Recordemos algunas frases del Evangelio de hoy, en las que podemos descubrir lo que sucedía entre Jesús Hijo y Dios su Padre.
“En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace él, eso también lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que él hace. Y le mostrará obras aún mayores que estas, para que os asombréis” (Jn 5,20-21); Y un poco más adelante Jesús afirma: “No puedo hacer nada por mi cuenta: juzgo según lo que oigo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 5,30).
Solo Jesús, por esa íntima comunión con su Padre, puede mostrarnos la insondable misericordia y perdón de Dios. Por eso, quien se encuentra con él, está salvado; encontrarse con Jesús, es lo mejor que puede ocurrirle en la vida a una persona. Esto es lo que mueve intensamente al papa Francisco a proponer de nuevo la urgente necesidad de renovar nuestro encuentro personal con Jesús, de intentarlo cada día sin descanso. Cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría (cf. EG, 3). Esta experiencia personal de la misericordia de Dios crea en nosotros un corazón misericordioso, que luego debe expresarse en gestos concretos de cercanía y de perdón hacia nuestros hermanos.
La vocación, a la que todos estamos llamados, es en primer lugar una pasión por Jesús, por su persona y por su mensaje. Esa pasión es la que nos impulsa a anunciarlo con la palabra y con las obras, sobre todo en este tiempo las obras de misericordia espirituales y corporales. Estamos llamados a ser hombres y mujeres que rescatan, curan, animan; cristianos que buscan el bien de los demás y desean sinceramente la felicidad de los otros. Hay que tener sentido evangélico de la oportunidad para ser misericordiosos con los demás. ¿Qué quiere decir tener sentido de la oportunidad? Por el lado negativo se puede entender como la capacidad para aprovecharse de las personas y de las circunstancias, para sacar ventaja y aun para extorsionar a los otros. En cambio, mirado en sentido positivo, es todo lo contrario: se trata de esa capacidad de estar presente y de actuar en beneficio de las personas. Se trata de ese olfato que tienen las personas que viven muy cerca de Dios y captan enseguida el momento para hacer algo bueno por los otros. El sentido de la oportunidad entre el Padre y el Hijo se cumple plenamente en la comunión total que hay entre ellos. Por eso, quien se encuentra con Jesús, descubre las entrañas de misericordia y de amor que hay en el Padre, y se convierte en misionero gozoso de ese amor en el encuentro con los demás.
No hay que desanimarse con los fracasos en nuestra misión evangelizadora, el que da fecundidad a nuestra obra es el Espíritu Santo. A nosotros se nos pide que seamos servidores fieles y no contabilizadores de logros ni auditores de proyectos. Dios actúa en el momento oportuno y siempre a favor de los que él ama. Por eso el profeta Isaías, a pesar de las adversidades, recobra el aliento ante las palabras consoladoras de Dios dirigidas a su pueblo: “En tiempo favorable te escucharé, y en día nefasto te asistiré. Yo te formé y te he destinado a ser alianza del pueblo, para levantar la tierra, para repartir las heredades desoladas” (Is 49,8), como escuchamos en la primera lectura. El Dios de Jesús se revela desde el comienzo de la creación como un Dios que tiene sentido de la oportunidad, es decir, sabe estar presente en el momento en que lo necesitamos.
Por eso, renovemos la confianza en su misericordia, al concluir nuestro jubileo sacerdotal en este querido santuario de nuestra Madre: contemplemos su estilo evangelizador lleno de ternura y prontitud en el servicio, y pidámosle que proteja con amor a nuestro pueblo, y nos acompañe y sostenga en nuestro ministerio. Amén.
Mons. Andrés Stanovnik OFMCap
No hay comentarios:
Publicar un comentario