El 29 de junio, con motivo de la Solemnidad de los santos Pedro y Pablo, apóstoles; se celebra el Día del Papa. Para unir a la Iglesia Particular de Corrientes a la oración de los católicos en todo el mundo por el Santo Padre, monseñor Andrés Stanovnik, presidirá la santa misa de las 19, en la Basílica de Nuestra Señora de Itatí.
La eucaristía será concelebrada por el Arzobispo Emérito, monseñor Domingo Salvador Castagana, y el Obispo auxiliar de Buenos Aires, monseñor Luís Alberto Fernández, quien estuvo predicando en el retiro que los sacerdotes de la Arquidiócesis realizaron durante toda la semana.
Con los santos apóstoles Pedro y Pablo, además de honrar la memoria de estas columnas de la Iglesia, es oportuno dar gracias a Dios porque, en una cadena ininterrumpida, la Iglesia siempre ha tenido en un sucesor de Pedro, primer Obispo de Roma, como “dulce Cristo en la tierra”, en expresión de Santa Catalina de Siena.
La Iglesia ha tenido figuras humanas verdaderamente relevantes al frente de su timón: Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II, por citar las más recientes. Sin embargo, lo verdaderamente grande de todos los pontífices es lo que está más allá de su talla humana, por gigantesca que sea.
Si sólo la mirada se queda en lo que es perceptible y analizable a los ojos de la razón y del sentimiento, además de no comprender lo que es y encierra la persona del Papa en la Iglesia y en el mundo, se correría el riesgo de tergiversar su íntima misión y el sentido que Jesucristo ha querido que tenga, tal como se reseña en las enseñanzas del Concilio Vaticano II.
En este momento es Benedicto XVI el sucesor de Pedro. Esta una jornada para dar gracias a Dios por su persona y por su ministerio, para valorar su papel insustituible para toda la Iglesia y para cada uno de los cristianos católicos, para avivar nuestro afecto y adhesión hacia el Santo Padre.
Cuando oramos por el Papa, que “preside la caridad de todas las Iglesias”, como afirmó San Ignacio de Antioquia, pedimos también que la Iglesia se mantenga fiel a su Magisterio, para que, como los primeros cristianos, vivamos como hermanos arraigados firmemente en el amor y en la caridad.
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