Debe escuchar a la comunidad a la que va a predicar
Toda predicación debe tener en cuenta dos cosas: el mensaje bíblico y la situación de los oyentes. Hablemos ahora de los oyentes.
Importancia de los oyentes
Los oyentes son el otro libro de Dios “en el que tendremos que leer constantemente, con el mismo amor, con la misma humildad y con la misma perseverancia que ante la Escritura y los sacramentos”. El predicador debe ser un “contemplativo de la calle”, capaz de asombrarse, maravillarse, entristecerse y sobre todo comulgar con lo que sucede a su alrededor. Nada le es ajeno. Debe abrir su corazón para acoger, escuchar y hacer suyo lo que va sucediendo.
El oyente debe sentir durante la predicación que se trata de algo suyo, que se da una respuesta a sus interrogantes. Se debe tener en cuenta sentimientos, miedos, expectativas y gozos. Conocer el contexto habitual de los oyentes, su modo de ser, sus problemas, su trabajo y sus fiestas. No es lo mismo un pueblo de secano que un pueblo de regadío, ni uno del litoral que uno de montaña. No es lo mismo una comunidad rural que una comunidad urbana. Por eso, el predicador se debe preguntar qué es lo que determina la vida de sus oyentes, dónde tienen puesto su corazón. Una predicación sobresale no sólo por su profundidad teológica, sino también por su profundidad en la situación. Los oyentes son hijos de la época y constituyen un trozo de la actualidad.
El predicador no puede encerrarse en la sacristía o en el despacho parroquial. Tiene que pisar los espacios donde vive la gente, para conocerla mejor. El conocimiento amistoso, de simpatía y de bondad del predicador con el pueblo es fuente de una mutua interacción. El pueblo debe encontrar en el predicador a un amigo, a un hermano conocido, y con una predisposición confiada y abierta, que propiciará para que ese pueblo reciba a gusto la semilla del Reino.
Ahora bien, esto no quiere decir que el predicador sermonee cada domingo sobre las cosas negativas que vio en la semana. Juan XXIII aconsejaba lo siguiente: “estar informado de todo, pasar por algo muchas cosas y corregir poco”. Quien trata con mucha gente necesita una buena dosis de paciencia. Si reacciona inmediatamente con amonestaciones se volverá un crítico y un gruñón. Hay que saber guardar un recto equilibrio entre no dar cabida en la predicación al chismorreo diario y llamar valientemente la atención sobre los desórdenes de la comunidad.
Ayudará mucho al predicador reunirse de vez en cuando y tener un diálogo con los colaboradores más comprometidos de la parroquia y hacerles estas preguntas: ¿qué mueve a la gente? ¿De qué se habla? ¿Qué se cuenta en la comunidad parroquial? ¿Qué tendría que cambiarse? ¿Qué les resulta tal vez desagradable?
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