En este "Año de la Fe" se nos recuerda los 50 años de la convocatoria del Concilio Vaticano II y el próximo 25 de enero es una fecha importante para recordar.
Fue el 25 de enero del año 1959, cuando el Beato Juan XXIII de feliz memoria, sólo llevaba tres meses ocupando la "Cátedra de Pedro", al finalizar las oraciones del "Octavario por la unidad de los cristianos" (aquí en la Argentina se celebra al día siguiente de la solemnidad de Pentecostés durante una semana) y en el día de la conversión del apóstol San Pablo, comunicaba por sorpresa a los allí presentes, la convocatoria de un concilio ecuménico para toda la iglesia Católica.
Muchos temblaron ante este anuncio improvisado. Las palabras del anciano Papa Angelo Roncalli fueron muy claras: para restaurar algunas formas antiguas de afirmación doctrinal y de prudente ordenamiento de la disciplina eclesiástica que en otro tiempo dieron frutos de extraordinaria eficacia.
Aquel día de enero de 1959, el Beato Papa Juan XXIII acababa de consumar un paso de increíble trascendencia para la Iglesia y el mundo. El Concilio Vaticano II había sido arrojado a la tierra de la cosecha, como una pequeña semilla por el sembrador evangélico, destinada a convertirse en grandioso árbol de frutos permanentes.
Casi tres años después de este hecho, en el día de la navidad de 1961, la Bula Papal "Humanae Salutis" (El reparador de la Salvación Humana Jesucristo) anunciaba solemnemente lo que hasta entonces no había tomado cuerpo legal. Se ponía así en marcha un nuevo concilio cuando oficialmente no se había clausurado el Concilio Vaticano I.
Recordamos y celebramos desde la fe la "Santa locura" del que decían ser un Papa de transición y también con este acontecimiento recordemos las palabras del reparador de la salvación humana: Jesucristo, quien, antes de subir a los cielos, ordenó a sus apóstoles predicar el evangelio a todas las gentes, y les hizo como apoyo y garantía de su misión, la consoladora promesa:"Mirad que Yo estoy con vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos" (Mt. 28,20).
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