Por P. Jacinto Rojas
La historia de Itatí está irrenunciablemente ligada a la Virgen y su Basílica. Y en la historia de la Basílica hay una figura por pocos conocida, pero que es el hacedor de la maravillosa Casa de María a la vera del Paraná: Don Benito Anzolín.
El P. Anzolín fue un hombre de Dios. Religioso orionita emprendedor, que interpretó el deseo de Don Orione de construir un gran santuario digno de la Virgen.
Apenas llego a Itati, Don Anzolín se puso en campaña. Logró ver hecho realidad el deseo de Don Orione, y con el gozo de haber llevado a cabo este proyecto les dice a sus parientes en una carta: “Es uno de los santuarios más grande de América”.
Pero además de la construcción, el P. Benito Anzolín se ocupó de los peregrinos, de la vida sacramental de sus parroquianos, y de dejar la impronta del carisma orionita en tierras itateñas. Su compromiso apostólico hacia que para ir a ver a un enfermo recorriera a caballo los senderos correntinos por “más de siete horas”. Se ocupó de los que sufrían dolencias corporales y espirituales, cuidó de su prójimo. Delineó el modo de ser del cristiano entre los itateños. Un hombre que rezaba y hacia rezar, porque en la oración se fortalecía y encontraba apoyo.
Como dice el Evangelio, “comenzó a edificar” la Basílica, no con sus propias manos, pero fue el encargado de administrar la parte contable, encargarse de la compra de materiales, etc. Llegó a ver la última etapa y todo el proceso: los cimientos, la terraza, la cúpula y la colocación en la cima de la imagen de bronce que domina todo el pueblo desde lo alto, porque desde “allí Ella es la Señora” de los corazones de sus devotos hijos.
El P. Anzolín había nacido en Zane, provincia de Vicenza, Italia, el 24 de octubre de 1898. Ingresa a la Congregación el 5 de diciembre de 1913 recibido por el mismo Don Orione. Realiza su primera profesión religiosa en el año 1925 en Venecia de manos del P Carlos Sterpi. Es ordenado sacerdote el 7 de abril de 1928.
A bordo del transatlántico “Giulio Cesare”, zarpa desde el puerto de Génova (Italia) rumbo a Buenos Aires, a dónde llega el15 de agosto de 1929. En nuestra tierra desempeña su tarea sacerdotal y apostólica en cuatro destinos diferentes, el último de ellos en Itati. Pasó por Mar del Plata, Victoria y Tres Algarrobos.
Es el mismo Don Orione quien le escribe al P José Zanocchi —entonces superior de la Congregación en Argentina— diciéndole que envié a Don Anzolín a Itati.
Hay testimonios de laicos que comentan que el día 30 de setiembre de 1937 llegó a Itati, donde se quedó hasta el 26 de febrero de 1946, debiendo partir para siempre del pueblo de la Virgen ya con su salud muy quebrantada.
En los casi diez años que estuvo en Itati fue administrador y párroco del santuario que hoy conocemos como Basílica-Santuario “Nuestra Señora de Itati”, nombrado por Mons. Francisco Vicentín, obispo de Corrientes.
El P. Anzolín fue el impulsor de la construcción de la basílica, como lo fue reconocido por el mismo obispo, quien admitió que jamás se hubiera decidido a encarar el proyecto si “no fuera por el entusiasmo e insistencia del P. Benito”.
En los últimos años, el corazón del P. Benito estaba muy fatigado y después de tres recaídas muere en Buenos Aires el 10 de mayo de 1946 siendo aún joven: 48 años de edad, 20 de profesión religiosa y 18 de sacerdocio.
El P. Anzolín fue un hombre totalmente consagrado al apostolado que se distinguió por su amor a la Eucaristía y su devoción a la Santísima Virgen. Una de sus motivaciones fuertes era hacer conocer a los niños y a la gente sencilla la doctrina cristiana. Por su fina delicadeza para con los pobres y enfermos, compró un hotel en construcción, a una cuadra del puerto, cercano al rio Paraná y lo transformé en hospital. Durante mucho tiempo se lo conoció como Hospital “Nuestra Señora de Itati”.
Algo que consideramos emotivo y que habla de la grandeza de ánimo de este sacerdote entregado por la causa de Cristo, es que nunca pudo volver “a sus pagos”, a ver a sus familiares, porque se había desatado la segunda guerra mundial. Fueron años duros y difíciles, y él mismo ante la imposibilidad de viajar se consuela diciendo en una carta: “nos veremos en el cielo…”
Una oración en su memoria a María de Itatí es el mejor reconocimiento que le podemos dar todos quienes contemplamos la maravillosa obra que el P Anzolín supo concretar en honor de la “Tiernísima Madre de Dios y de los hombres”.
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