El barrio Ibiray quedó marginado del pueblo por un afluente del río. Los residentes sufren cólicos y dermatitis a causa del consumo del agua de río ya que no tienen acceso a la red potable. Sin paso por tierra tampoco cuentan con servicio médico ni electricidad. Los ladrilleros no pueden vender y sólo les queda la chacra. Tampoco reciben asistencia.
Texto: Martín Romero. Fotos: Horacio Romero.
Enviados especiales.
La cálida tarde pasó casi desapercibida por las agradables brisas, aquellas que ofrecen las costas litoraleñas, y que despiertan admiración al navegar por los extensos rieles fluviales del río Paraná y que desde hace un mes dejó aisladas, sin paso por tierra, a más de 40 familias del barrio Ibiray en la pequeña localidad de Itatí. Allí, entre la exquisita naturaleza del paisaje costero, se asoman humildes viviendas hechas de palos y chapas de cartón donde pequeñas granjas trazan el límite originario de cientos de familias que sobreviven de la pesca y del obraje de ladrillos, hoy perjudicados por la creciente.
Para conocer la realidad del barrio fuimos hasta allí en lancha escuchando el estruendo constante de la corriente del río “picado” que silenciaba al campanario de la Basílica de la Virgen de Itatí. En la costa, entre la delicada naturaleza, se abrían las primeras viviendas, humildes, deterioradas y sumisas al manto de la temida creciente que acaricia las puertas de los hogares y que por ahora sólo se tomó una pausa.
“Dicen que va a seguir creciendo hasta fin de mes”, comentó con cierto desvelo Dominga (29), ama de casa, madre de tres hijos y otro en camino. Ella sigue atenta la información que brindan por radio y no es para menos, la vida de su familia, como la de todos en el barrio Ibiray, está estrechamente ligada al comportamiento del imponente río Paraná. “Vivimos del ladrillo, pero ahora sólo podemos dedicarnos a la chacra ya que ni siquiera puede entrar el camión para llevar los pocos ladrillos que nos quedaron”, comentó angustiada la mujer. Pero para ella y su marido, Jorge Sánchez (38), el problema no es sólo económico, sufren la falta del vital servicio de agua potable, escasez que los obliga a saciar su sed con agua contaminada del río.
“Siempre nos enfermamos, yo estuve mal la semana pasada con mucho cólico y el médico me dijo que fue por el agua, pero bueno no tenemos de dónde tomar”, dijo con resignación María Ceballos (47) -mamá de Dominga- mientras cargaba la pava con agua del río para unos matecitos. A un costado de la cocina a leña los chicos juegan, sin más preocupación que la imaginación para encontrar cómo divertirse y olvidarse de sus dolores de panza o de la constante picazón de la dermatitis, producto del agua infectada por un basural a cielo abierto, a escasos metros de la casa.
“La creciente llegó hasta el basural del pueblo y eso produce brotes en la piel y descompostura, principalmente en los chicos, por eso cuando podemos vamos hasta el pueblo a buscar bidones de agua potable, porque sino tenemos que ir en bote hasta el remanso (ubicado en un islote frente a su hogar a unos 150 metros) ahí el agua es un poco más limpia”, contó María. El problema del agua contaminada y las enfermedades se potencian en los niños, quienes además son víctimas de la mala nutrición dejándolos vulnerables a cualquier mal.
“No podemos ni siquiera instalar un motor para extraer agua porque no tenemos electricidad, así que por ahora sólo nos queda sacar del río”, comentó Jorge, por ahora un desocupado más. Esta es la cruda realidad que envuelve al barrio, a otro de los tantos barrios correntinos que sufren la falta de servicios básicos y vitales como el agua, la enérgica eléctrica y el servicio de asistencia sanitaria, entre otros.
“Esperemos que el río baje pronto para que podamos seguir trabajando, nuestro problema principal no es la tierra porque aún tenemos una reserva sino el camino, no puede pasar ningún vehículo”, expresó Jorge.
El sábado el puerto de Itatí registró una altura de 7,32 metros, mientras que ayer el nivel fue de 7,10 m. todavía en estado de alerta (6,80 metros). Según expresó Prefectura Naval de Itatí, en total fueron evacuadas 32 familias, unas 160 personas aproximadamente, de las cuales tres se encuentran alojadas en una dependencia municipal adecuada para este fenómeno hídrico, mientras que las restantes veintisiete prefirieron reubicarse algunas en zonas altas y otras en casas de familiares.
Una postal distinta del pueblo
Mientras que muchas familias padecen el fenómeno de la creciente, la postal en la costa de Itatí es impresionante, a tal punto que se convirtió en una atracción turística para miles de visitantes que a diario llegan hasta la Basílica de la Virgen. Cámara en mano, posan frente a las avanzadas aguas que ocultaron la última cuadra del pueblo, a la vera del río. “Nos contaron de la creciente pero no me imaginé que fuera tanto, es preocupante esto”, dijo Marta (57), una ferviente devota de la Virgen que llegó con un contingente de visitantes desde la provincia de Mendoza.
La postal es inquietante, casas con agua hasta la puerta, el camping desapareció entre la correntada y la sede de la Aduana de la Provincia es inaccesible. También el propio edificio de Prefectura Naval podría quedar casi paradójicamente sobre el agua. “Estamos cerquita, esperemos que no nos llegue el agua”, dijo el prefecto Reinaldo Sosa.
En las cuadras aledañas varias viviendas están afectadas, pero sólo son unas 10 casas las que sintieron de lleno el bravío río. “Me inundé en mi propia casa, pusimos una barrera para contener pero fue inútil, tuvimos que sacar todos los muebles y llevarlos a la casa de mi hermana”, dijo Rosa, propietaria de una vivienda afectada por la creciente.
Por ahora los pronósticos son alentadores y el río de manera tardía comenzó su lenta retirada.
Fuente: Diario Época.
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