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domingo, 22 de mayo de 2011

PATRIMONIO ARQUITECTÓNICO EN PELIGRO

La Casa Vedoya de Itatí entre las historias contenidas y la disolución de la memoria urbana 

Por Lic. Miguel Fernando González Azcoaga 

La Casa Vedoya de Itatí ha constituido una imagen urbana emblemática para el Casco Histórico Urbano del pueblo en los últimos ciento cincuenta años. Los primeros registros documentales hallados por nosotros mismos en la sección Carpeta de Pueblos del Archivo General de la Provincia ya señalan su existencia para 1857, año en el que probablemente la casa hacía tiempo que se había construido, si bien y ante la falta de una fecha cierta tomamos esta, la del año 1857, como el de su construcción. 



En el libro de Bermúdez “De Buenos Aires al Iguazú”,ilustrado con cientos de documentos gráficos de los pueblos, ciudades, sitios visitados, esta Itatí, y lo interesante a más de la imagen de la Iglesia antigua, una preciosidad de la arquitectura confederal, hoy incomprensible e innecesariamente mutilada, de su neogótico altar mayor y su primer embaldosado previo al de los mosaicos dibujados puestos en 1893, se cuenta, por donación del Cura Párroco Fray Teodoro Kuchem, este libro reproduce una imagen imperdible de la calle Castor de León, entre las de Desiderio Sosa y Luis Niella -que,valga la aclaración, por ese tiempo no llevaban tales nombres y estos no se impondrían hasta 1924 por gestiones de Valerio Bonastre y Cesar Zoni- donde se aprecian aspectos arquitectónicos del pueblo con señalada jerarquía de las construcciones, entre ellas la casa con corredores de fachada de doña Ramona Medina Vallejos de Meza, que persistió hasta 1977 aproximadamente cuando fue mandada a demoler, la de Ricci, con sus columnas redondas, toscanas, enormes, imponente en una fachada casi única y de un patio pompeyano sin par, en la que la arquitectura colonial española de influencia paraguaya, pareció incorporar elementos italianizantes, tal vez, lejana influencia de los aires europeístas que tempranamente en el Paraguay de Carlos Antonio López imponía el diseño de “civilización” con que Ravizza buscó en su momento “modernizar” Asunción Colonial que estaba viendo. 

Sobre la Plaza Franciscana de Itatí, esta modalidad se impuso en tres casonas casi similares de ignotos constructores que habrían absorbido la modalidad del Paraguay de la pre-guerra: las casas de Pablo Vedoya, de Juan José Vallejos, y la imponente casona de los Ricci pensada para el Hotel principal de la aldea, función que cumplió cabalmente hasta bien entrado el siglo XX y que se fue diluyendo hasta desaparecer quedando la casona en estado cada vez más ruinoso, prácticamente desde 1942 cuando murió doña Marieta Ricci de Silva y el enorme caserón cayó en lastimosa decadencia hasta ser finalmente demolido. Pero esto es, como solemos decir, otra historia. En lo que aquí nos ocupa sobre lo que registra la foto del libro de Bermúdez, las casas de Meza y Ricci, ya no están .Ambas han desaparecido, no así otras construcciones que la foto de 1899, años más o menos, reproduce en este curioso e interesante libro: la vieja Casa de Fray Alegre -luego Escuela Provincial Nº 1 y más tarde Escuela Nacional Nº 276,- testimonio insustituible de la arquitectura confederal fechada en 1853, hoy en ruinas, la casa que fue luego de los Bonastre Ricci, de corredores con horcones de madera dura como la antes señalada de los Meza, la de Vedoya Ricci, de modestas formas confederales, y en el ángulo de las calles De León y Niella, la inconfundible Casa Vedoya que aquí nos interesa señalar. 



Con esquina sin ochava, edificada fuera de la línea municipal, con fachada austera apenas rematada en la imponente moldura superior, la casa de muros interiores de adobes y ladrillos asentados en barro para los externos, conservaba una interesante carpintería tallada en sus puertas interiores de goznes de hierro forjado. Fue reciclada para 1916, oportunidad en que, conforme al gusto de la época para aquellas familias que copiaban los usos y costumbres de la Corrientes decimonónica influenciada por la Generación del Ochenta, los Vedoya incorporaron al caserón heredado, mosaicos dibujados, en colores, en las habitaciones, cielorraso de estuco para el zaguán, la sala y el comedor de recibo, y dos habitaciones más sobre la fachada este sin alterar en nada el espíritu arquitectónico original. 

Esta casa no pasaba desapercibida en el imaginario urbano identitario del caso antiguo de Itatí. A su original construcción confederal y austera de primitivo embaldosado colorado, cocido, que perduro de contra piso, se le impuso, como dijimos, el embaldosado nuevo usado en toda construcción que se preciaba de tener elementos suntuarios propios de una jerarquía pretendida. Es que doña María Eugenia Vallejos de Vedoya, viuda ya en plena edad madura, quien heredara de su familia política la casa, había vivido buenos años en Corrientes en cuya ciudad se estableció entre fines del siglo XIX y principios del XX para que sus hijos estudiaran y adquirieran el “roce de ciudad” anhelado en toda familia de “pro”. 

Cuando volvieron a ocupar su casa en Itatí, le adosaron lo que antes señalamos, los mosaicos cuadrados dibujados en las habitaciones, llenos de colores y figuras geométricas retorcidas, cuya patina les daba un brillo de mármol, sin serlo, el cielorraso de estuco en el zaguán, cuya cancel era -lo es porque aún está- de madera, la sala de recibo de la esquina, las aberturas grandes para las fachadas con sus ventanas enrejadas y un mobiliario presuntuoso con aires de monumentalidad, en los que las molduras caprichosas y reiteradas de un neoclasicismo y de un barroquismo unidos en el festín de las formas bellas, eran sobrada muestra de la buena carpintería, europea seguramente, y en donde las mesadas de mármol, y la infinidad de espejos de cristales biselados que reiteraban las imágenes de manera infinita, tan en boga en su tiempo, daban el lustre y la finura distintiva tan apreciada en las casas alhajadas “como en la ciudad”. 

En la sala de la esquina sin ochava, oscura, que a nosotros como niños se nos tenia vedada y que en los años últimos solo ya se abría para los mortuorios, el piano vertical de candelabros dorados se había estacionado casi olvidado como un elemento más de uso suntuario desde que Pepita Vedoya voluntariamente lo olvidara también a conciencia por vaya a saberse que motivos. Se contaba que la tía Eugenia, su madre, le había prometido aquel anillo de esmeralda que la tía Pepa tanto quería, si volvía a “tocar el piano”, y así lo hizo, pero tras un tiempo, la niña Perpita volvió a olvidarlo, para siempre mientras se acumulaban las partituras con que acostumbraban a obsequiarse las niñas de entonces, y entre las que estaba aquella manuscrita, el “Vals Pepita” compuesto hacia 1913 por Amuleto Alfredo Viola para su gentil alumna… 

Sobre los muros pesados se exhibían los retratos de familia, algunos cuadros bordados, como era costumbre, enmarcando las “fotografías a la francesa” tomadas en el Estudio de la calle Junín, de Alberto Ingimbert, otros al lápiz, de ignotos retratistas y en el comedor, los mates de plata de pie, que se perdieron “misteriosamente” en la madrugada del 9 de mayo de 1974 cuando murió Pepita, la última de las Vedoya. 

La habitación del “niño Félix” había permanecido casi intacta en el extremo Este de la casa, sobre la calle. En ella una enorme biblioteca inglesa, repleta de libros, muchos de ellos novelas celebres y otras no tanto, guardaba también la caja de fotografías inmortales de la familia: algún daguerrotipo, cartas de visita, el famoso “cabinet portrait”, y papeles, muchos papeles…El “niño Félix” había muerto imprevistamente en el Hotel “Colón” de Corrientes el día de la Asunción de 1959 cuando se hallaba realizando trámites de ordinario. Frisaba los setenta años, nunca se había casado, pero a su muerte, sus hermanas -las señoritas Vedoya a quien el vulgo las llamaba “las Vedoyita” simplificado o mejor aún reduciendo torpemente las dos palabras anteriores- se enteraron formalmente, de la familia que “el niño” guardaba en la ciudad. 

En contraposición de la fachada, hacia el Norte que daba al río, estaba la otra habitación que no había cambiado desde 1938 cuando murió nonagenaria doña Eugenia Vallejos de Vedoya, la presuntuosa matrona que no había dejado que Francisco Manzi, el celebre escritor y periodista que supo ser Director del Museo Colonial Histórico y de Bellas Artes de Corrientes, cotejara a su hija Evarista, porque el señor Manzi, más allá de sus buenas amistades y del prestigio logrado en su persona como hombre de valer y de saber, de compartir espacios intelectuales con los Bonastre, Hernán Gómez, los Zoni, y de haber pedido al mismo Dr. Pedro Bonastre que le allanara el camino apadrinando su pretensión de llegar hasta Evarista Vedoya -”la de los grandes ojos negros” como la describió el escritor paraguayo Eloi Fariña Núñez en sus memorias itatianas- era un joven italiano, recién llegado,”no pertenecía a familia conocida” y se erigía con un atrevimiento que doña Maria Eugenia, orgullosa de su linaje, prestancia y poderío como dueña de haciendas y tierras, no consintió. El fin de todo estaba anunciado. Manzi se caso con la doña Isabel Salthu, gran educadora que fue Rectora de la Escuela Normal de Maestras de Corrientes, y la niña Evarista Vedoya murió soltera, y vieja, mientras dormía, olvidada, una siesta de enero de 1967, luego de pasar varios años sin que sus ojos le devolvieran la imagen, habiendo decaído pero sin perder nunca ese garbo y señorío de sus mocedades, ese signo distintivo para abanicarse y muy a pesar que sus ojos grandes y luminosos que impactaron a Eloi Fariña Nuñez y enamoraron a Francisco Manzi se diluyeran con la juventud… 

En esa habitación del extremo opuesto a la del niño Félix, llena de muebles enormes como se nos figuraban en nuestra niñez, con su aguamanil de porcelana en el lavatorio de mármol, murió doña María Eugenia y como correspondía el dormitorio lo paso a ocupar su hija mayor,”la señorita Dorila”, que ante la falta de la madre, paso ella a manejar la casa, la estancia, los campos y la hacienda, dirigir, ordenar, mandar, organizar, tomar decisiones, resolver, y hasta encargar las tumbas familiares, “en granito” para que resistan cuando ya no estuviera nadie que de ellas cuidara…todo. Sólo en cuestiones estrictamente de hombres, el encargado era el niño Félix, porque su otro hermano, Juan, casado en su juventud, alejado de la casa y muerto joven, ya no podía hacer las veces del señor de la casa. Ese poder de decisión y de organizarlo todo lo sostuvo con entereza aún cuando faltaron los medios de subsistencia, porque el inquilino del campo no pagaba con regularidad debida, debiendo salir la señorita Evarista, lujo de los salones de otro tiempo, a dar clases de labores en la Escuela Provincial del pueblo y así coadyuvar al sostenimiento del hogar. Una estampa esta que parece copiada de aquella en que “la docente”, la tía Elisa, que Mújica Lainez recoge tan bien en “Los Viajeros” toma la decisión de guardar su orgullo y señorío y salir a dar clases en la escuela pública para permitir que sus hermanos Baltasar y Gertrudis y el viejo tío Fermín, y ella misma, pudieran tener una vida austera, sin mayores sobresaltos, digna de si, hasta que las cosas mejoraran… 

El papel de la tía Elisa en “Los Viajeros”, lo cumplió la tía Evarista Vedoya acelerando, tal vez, el deterioro de su vista hasta grados extremos cuando perdió ambos ojos y vivió en la oscuridad los tiempos últimos de su vida larga. 

La señorita Dorila no delegó el mando de la casa hasta que murió en octubre de 1969 casi tan vieja como su madre, después de haber sepultado casi a toda su familia “en las tumbas de granito” que mandó hacer en el cementerio franciscano de Itatí, cuando ya hacia tiempo que el viejo panteón de su abuelo el Coronel Vallejos se había hundido y era imposible usarlo. 

La señorita Dorila quedó solo acompañada de la señorita Pepa, la menor, la consentida, a quien, ni en los turbulentos años de crisis,”debía faltarle sus caramelos” su golosina predilecta. 

En el patio grande, cuadrado, que cruzándolo llevaba a las habitaciones de servicio, tras lo cual una tapia separaba de la quinta de la casa, la imaginación popular decía que había un banco puesto en el piso, y que bajo él, las Vedoyitas guardaban sus bienes y alhajas más preciadas…Imaginación popular aventada al extremos cuando se oyó decir que las señoritas Vedoya tenían su dinero en el banco… 

Las leyendas urbanas surgen y se nutren de las historias domésticas de una comunidad, a veces públicas, las que ocurren en calles, plazas o involucran la vida de un pueblo. Otras tras los muros de las casas históricas de las familias viejas, y van nutriendo el imaginario identitario de un pueblo. Lo que queda, cuando la gente desaparece, las familias se extinguen, las memorias se diluyen, los protagonistas ya no están, cuando en el ir y venir de la vida se extinguen los tiempos, lo que queda son los edificios, las casas, con el anecdotario prendido a sus muros, y con el valor arquitectónico que enriquece enormemente a una comunidad… 

Muchas de estas historias, ”friccionadas” por Mújica Lainez (”Invitados al Paraíso”, ”Aquí Vivieron”), García Márquez (”Los Funerales de la Mamá Grande”,”Erendira”), Gordiola Niella (en sus insuperable narrativa de “Dos más Tres” o “Con Matasellos de Caá Catí”), son, por citar testimonios con visos de realidad absoluta. Seguramente que las historias contenidas en esta casa ruinosa, serían más de un motivo de “cuentos” similares. 

La Casa Vedoya, que permaneció callada, oscura y diluyéndose en el tiempo a partir de 1974, es una de esas imágenes de una ciudad que se debe recomponer, al menos en su fachada, para recordarnos las historias que podemos sabiamente “vender” al turismo que se llega a nuestros pueblos… 



Testimonio de una época y un tiempo urbano para la sociabilidad correntina pero sin la debida y necesaria conservación por la indolencia que acompaña la preservación del patrimonio en algunas comunidades, la casa sufrió un primer derrumbe de su esquina sin ochava a fines de los años ochenta del pasado siglo XX, y aunque sin prevenciones de naturaleza alguna, incomprensiblemente se mantuvo en pie hasta sufrir otros deterioros graves más. 

La declaración de Lugar Histórico Nacional para el Casco Histórico de Itatí promovido por Ley del Parlamento Argentino Nº 25.221/99 alcanzó a la casa Vedoya protegiéndola como un bien histórico del casco antiguo del pueblo más viejo de la Provincia que cumplirá en 2015 sus primeros cuatrocientos años de historia oficial. 

En 2003, la Ordenanza Municipal Nº 36 que adhiere a la Ley Nacional, sin bien no especifica puntualmente este caso, llevaba implícita la protección para esta casa y otras de igual valía en la consideración histórica y cultural a tenerse en cuenta. Para entonces ya regia la Ley Provincial 5.489/02 que declaraba a la Casa Vedoya, enmarañada por entonces en cuestiones sucesorias, y la Casa Alegre -Ex-Escuela Nacional- “de utilidad pública y sujeta a expropiación” con fines culturales. El Ministerio de Educación y Cultura de la Provincia a través de la Subsecretaria de Cultura debían entonces disponer al respecto y coordinar acciones para la salvaguarda y destino de ambos inmuebles. No lo hizo. 

En 2004 la casa Vedoya fue vendida y en enero de 2005 se emprendió una acelerada como intempestiva demolición cuando aún la casa era fácilmente recuperable y cuando primaba una ley provincial que afectaba al edificio para los fines antes dichos. Esto motivo que la Subsecretaria de Cultura accionara -y el Estado de esta forma por primera vez en manera concreta- para convenir una reconstrucción de la fachada destruida y no perder la imagen identitaria de un sector importantísimo del Centro Histórico de Itatí. 

Las acciones nunca se cumplieron y el tiempo pasó. A lo largo del año 2008 personalmente emprendimos una campaña sin éxito, reiterada después, para obtener el apuntalamiento de la fachada a efectos de salvaguardar al menos hasta el cumplimiento de las acciones previstas, lo que quedaba de la casa Vedoya y preservar en lo posible todo lo poco de original que ha subsistido. Lastimosamente el auxilio no llegó, se dilató,-recordemos que veinte años de gestiones similares nos ocuparon para salvaguardar frente mismo a la Casa Vedoya, la Casa de Güerí y Vallejos y que una oportuna decisión política en enero de 2007 hizo que se concretaran finalmente las obras de puesta en valor de esta otra Casa Histórica que habilitada, sin demasiada prensa, el 13 de junio de 2008, se suma al imaginario urbano del pueblo como un interesante Museo de Sitio.



El 23 de abril de 2009, como corolario de las inclemencias climáticas y de algún empujón dado por acción u omisión, se desplomó lo que quedaba de la fachada de la casa Vedoya sobre la Calle De León subsistiendo sin embargo sus muros interiores y parte de su fachada sobre calle Niella, y casi entera la habitación del niño Félix… 

Ese día es como que se terminaron de aventar los recuerdos de las historias allí contenidas y de lo que, algo, narramos antes, igual que lo que ocurrió en “La Casa” de Manucho, cuando se la olvido primero y se la demolió luego sin que nada ni a nadie conmoviera… 

Al rememorar esta situación debemos planearnos como sociedad cual es la responsabilidad que nos compete a la hora de salvaguardar los bienes culturales e históricos de la comunidad, en especial a quienes tienen la decisión en la toma de acciones. 

Sostenemos, siempre y en el caso de las Casas Martínez y de Molina, en la Capital de la Provincia, que la demolición o destrucción no es justificativa para la pérdida de la memoria urbana y arquitectónica. Debemos escarmentar como sociedad cuando procedemos de manera equivoca con el legado, y el mejor escarmiento es la reconstrucción, como ocurrió con casa Molina, en Corrientes, y Casa Güerí -Vallejos, en Itatí, nunca la destrucción como elemento irremediable de justificación. 

Creemos sin embargo que en este caso que urgen dos acciones inmediatas: un nuevo convenio de uso de suelo para la reconstrucción con plazos perentorios encarado por el Estado Provincial y lo segundo una acción de control efectiva para preservar nuestro patrimonio arquitectónico en especial en el interior provincial donde no siempre existe un control al respecto, sin percibir que la conservación del patrimonio se proyecta en bien del turismo que queremos desarrollar -ya lo dijimos antes- y del beneficio económico que de aquí se desprende. 

Lo demás, todo lo que se diga para justificar lo que no resiste razón alguna, es solo letra sin contenido.-

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