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sábado, 28 de marzo de 2015

DOMINGO DE RAMOS

El Día de Ramos es simbólicamente la “puerta de entrada” en la que los cristianos se preparan para entrar en la Semana Santa y, por tanto, para dirigirse a la Pascua.


Todavía hoy, como en tiempos de Jesús, la bendición de las palmas atrae a multitudes. Cada año, el Evangelio de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén le da todo su sentido a la bendición de las palmas. Revivimos los momentos en los que la multitud acoge a Jesús en la ciudad de David, “ciudad símbolo de la humanidad” (Juan Pablo II), como un rey, como el Mesías esperado desde hacía varios siglos. 

Aclaman a Jesús a las voces “Bendito el que viene en nombre del Señor” y “Hosanna” (en hebreo, esto significa literalmente “¡Salva, pues!”, y se ha convertido en una exclamación de triunfo pero también de alegría y de confianza). Jesús es un Rey pero un Rey de paz, de humildad y de amor.

Sobre un asno, una montura modesta, un animal de carga, el Señor se presenta a la multitud. Zacarías había anunciado (9,9): “He aquí que viene a ti tu rey: justo él y victorioso, humilde y montado en un asno, en un pollino, cría de asna”. La gente tendía sus mantos a su paso, lo cubría de palmas, como relata Mateo en su Evangelio: “La gente, muy numerosa, extendió sus mantos por el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino” (Mt 21,8).

Todavía hoy, la bendición de las palmas atrae a multitudes, con un público a veces poco habitual seducido por estas palmas y ramas de olivo (o de boj, o de laurel, según los países) que se pueden conservar en casa hasta el año siguiente. Símbolo de vida y de resurrección, el ramo es portador de bien, más que de buena suerte. Se coloca en las casas o adorna los crucifijos: hace entrar a Jesús resucitado en nuestras casas. Estos ramos que se toman en las manos para aclamar la cruz de Cristo se colocan también a veces sobre las tumbas y entonces adquieren un significado funerario. No es sólo para honrar la memoria de un ser querido, sino también para manifestar la propia esperanza de ver renovar y florecer la propia fe en la resurrección de Jesucristo, y en la de nuestros muertos.

Normalmente, las parroquias organizan una procesión tras la bendición de los ramos, antes de la misa. En las grandes ciudades, la asamblea puede reunir hasta varios miles de personas. Los fieles entran después en la iglesia, detrás del sacerdote, lo cual significa que acompañan a Cristo Rey hacia su pasión.

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