“La madre nos remite a nuestro origen, a nuestra identidad y memoria, a la generación de la vida y su cuidado, al crecimiento y su desvelo, a las múltiples formas de sacrificios con los cuales las madres continúan dando la vida después de haber dado a luz. La madre es el seno, la cuna, el hogar, la escuela. Es el refugio de la vida. Es nuestra tierra original. Nuestro ‘humus’. Nuestra estrella y brújula”, recordó el presbítero Eduardo Casas, asesor pastoral de la Junta Arquidiocesana de Educación Católica (JAEC) del arzobispado de Córdoba, en una reflexión con motivo del Día de la Madre, por celebrarse este domingo.
El sacerdote sostuvo que “las madres revelan un especial amor de Dios y revelan el rostro de un Dios amor especialmente femenino, esponsal, materno, misericordioso, amoroso, tierno, fiel, solidario y compasivo”.
“La mujer nos habla de una manera especial del misterio de Dios y su belleza. La hermosura y el resplandor de lo divino nos limpian la mirada para la contemplación de la belleza femenina. La belleza de una mujer crece con el pasar de los años. La belleza del rostro femenino no sólo se refleja en el espejo sino cuando se pone de cara a Dios que con el viento de su Espíritu transfigura. Los ojos de una mujer son más límpidos cuando pueden sondear lo invisible y compadecerse también de las heridas del mundo. El cuerpo de una mujer es esbelto cuando comparte su comida y sus ropas con los más necesitados. El pelo de una mujer es más luminoso cuando se deja despeinar y acariciar por las manos de los niños”, describió.
Tras asegurar que “no hay ‘maquillajes’ para el alma. En el espíritu, sólo aparece la ‘esencia’”, explicó que “las personas, mucho más que las cosas, deben ser restauradas, revividas, rescatadas y redimidas; jamás hay que arrojar a alguien afuera como si fuera un desecho. No hay que hacer llorar a una mujer porque Dios cuenta sus lágrimas”.
El presbítero Casas destacó que si pensamos en la madre, la fe nos enseña a contemplar a María, la madre de Jesús, nuestra madre en la gracia”, porque “su maternidad es universal, abarca los cielos y la tierra, los espacios y los tiempos, la memoria y la eternidad. Abraza a todos los seres humanos, sin distinciones de ninguna clase. María es seno universal, fuente de vida”.
También consideró que siempre hay tiempo para expresarle a una madre el amor que uno siente por ella, por lo que aconsejó hacerlo como cada uno pueda, le salga, sepa o quiera, porque “el amor es siempre amor. Es un lenguaje único. Sólo lo comprenden aquellos que se animan a sentirlo”.
“Allí donde esté tu madre, tu amor le llega. No hay barreras, ni obstáculos, ni umbrales, ni fronteras. El amor todo lo alcanza. Todo lo abraza y contiene. Decíle a tu mamá lo que ella es para vos. Decílo con palabras, con silencio, con gesto, con lágrimas, con sonrisas. Decíle a tu mamá que ella forma parte del regalo más hermoso que te hizo de la vida. Animáte a decírselo al oído: “como vos, ninguna”, sugirió.
El sacerdote sostuvo que “las madres revelan un especial amor de Dios y revelan el rostro de un Dios amor especialmente femenino, esponsal, materno, misericordioso, amoroso, tierno, fiel, solidario y compasivo”.
“La mujer nos habla de una manera especial del misterio de Dios y su belleza. La hermosura y el resplandor de lo divino nos limpian la mirada para la contemplación de la belleza femenina. La belleza de una mujer crece con el pasar de los años. La belleza del rostro femenino no sólo se refleja en el espejo sino cuando se pone de cara a Dios que con el viento de su Espíritu transfigura. Los ojos de una mujer son más límpidos cuando pueden sondear lo invisible y compadecerse también de las heridas del mundo. El cuerpo de una mujer es esbelto cuando comparte su comida y sus ropas con los más necesitados. El pelo de una mujer es más luminoso cuando se deja despeinar y acariciar por las manos de los niños”, describió.
Tras asegurar que “no hay ‘maquillajes’ para el alma. En el espíritu, sólo aparece la ‘esencia’”, explicó que “las personas, mucho más que las cosas, deben ser restauradas, revividas, rescatadas y redimidas; jamás hay que arrojar a alguien afuera como si fuera un desecho. No hay que hacer llorar a una mujer porque Dios cuenta sus lágrimas”.
El presbítero Casas destacó que si pensamos en la madre, la fe nos enseña a contemplar a María, la madre de Jesús, nuestra madre en la gracia”, porque “su maternidad es universal, abarca los cielos y la tierra, los espacios y los tiempos, la memoria y la eternidad. Abraza a todos los seres humanos, sin distinciones de ninguna clase. María es seno universal, fuente de vida”.
También consideró que siempre hay tiempo para expresarle a una madre el amor que uno siente por ella, por lo que aconsejó hacerlo como cada uno pueda, le salga, sepa o quiera, porque “el amor es siempre amor. Es un lenguaje único. Sólo lo comprenden aquellos que se animan a sentirlo”.
“Allí donde esté tu madre, tu amor le llega. No hay barreras, ni obstáculos, ni umbrales, ni fronteras. El amor todo lo alcanza. Todo lo abraza y contiene. Decíle a tu mamá lo que ella es para vos. Decílo con palabras, con silencio, con gesto, con lágrimas, con sonrisas. Decíle a tu mamá que ella forma parte del regalo más hermoso que te hizo de la vida. Animáte a decírselo al oído: “como vos, ninguna”, sugirió.
Fuente: AICA
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