ITATÍ: PUEBLO SIN AUTORIDADES

por WALDINO WALTER VARELA

En un pueblo en que la autoridad se halla ausente, impera el aquelarre. Es lo que ocurre en Itatí, el centro de peregrinos más importante del nordeste de la república y países aledaños.

La visita a nuestra Madre en su histórica basílica es una costumbre facilitada por el generoso acogimiento que habitualmente nos brinda el hogar de los amigos Bonastre. En esos ambientes hallamos siempre la paz espiritual que buscamos en el templo de la fe y que se prolonga luego en la cálida amistad que se nos brinda, matizada en amenas tertulias refrescadas, casi siempre, con la música de nuestra tierra y el canto de quienes la cultivan con la pasión propia de los correntinos “heí haicha oré rapichá cuera” (como dicen nuestros semejantes o prójimos).

Pero, como en estos tiempos singulares del desorden, la anarquía y el “nadie se meta”, la paz, que nos distinguiera en otros tiempos en que no se confundía el respeto por la ley y el derecho de los demás, brilla por ausencia.

Así es que a partir de la media noche y hasta la alborada, cuando borrachos, ebrios, encurdelados o drogadictos, que son los más entre la moderna juventud, se enseñorean de las calles y esquinas con infernales aparatos cumbieros y roqueros que irradian sus alaridos y tamborileos insoportables. Estos estrepitosos ruidos no nos dejaron dormir en Itatí durante la noche cuando, además, se produjeron los vergonzosos hechos que deslucieron el corso carnavalero. . Y preguntamos. Al día siguiente, a los vecinos: “¿Ocurren con frecuencia estos ruidos estruendosos? Y nos dijeron, sí. ¿Y no los denuncian? Y nos respondieron ¿a quien? ¡Si aquí no hay autoridad! ¿Y al Intendente? Pero señor, cómo quiere que le diga que este pueblo es el paraíso del desorden: aquí reina el bochinche, el contrabando, el tráfico de drogas, el descontrol en el comercio, cada quien pone su kiosco donde le de la gana. Sólo falta que los pongan en el templo. Es un pueblo que no tiene cura. No le digo que faltan curas, que los hay pero…”. Y bueno, ya no me animé a continuar con el interrogatorio porque, era evidente que si no existen medios de contralor cívico, seguramente nadie sabría responder que los decibeles son una medida de la intensidad del sonido, la cual, sin entrar en detalles, es una propiedad de las ondas sonoras que tiene directa relación con la cantidad de energía que lleva las ondas que transportan energía y si esta es excesiva hará vibrar muy fuerte el oído provocando lesiones en el tímpano, huesecillos o cóclea, que son los órganos del cuerpo que absorben toda la energía de las ondas sonoras, haciéndolos "vibrar muy fuerte". Y, claro, concluí: Aquí la sordera pública es la causa de la falta de autoridad o quizás, al revés, la falta de autoridad es la causa de la sordera y hasta de la ceguera de todos.

Para mejor entendimiento de mi modesto modo de pensar, van estas líneas halladas en el Google, buscador de Internet: “Un sonido de 70 dB produce efectos psicológicos negativos en tareas que requieren concentración y atención, mientras que entre 80 y 90 dB puede producir reacciones de estrés, cansancio y alteración del sueño. Los ruidos entre 100 y 110 dB, denominado “umbral tóxico”, pueden llegar a ocasionar lesiones del oído medio. Los ruidos superiores a los 120 dB entran en el denominado “umbral del dolor”, es decir, son ruidos insoportables que provocan sensación de dolor en el oído humano”.