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viernes, 16 de julio de 2010

300.000 PEREGRINOS EN ITATÍ: MONSEÑOR STANOVNIK PRESIDIO LA MISA CENTRAL

El Arzobispo de Corrientes, monseñor Andrés Stanovnik, luego del encuentro entre las imágenes de la Virgen de Itatí con la de Caacupé en medio del río Paraná, y la procesión por las calles de Itatí, presidió la misa central del 110º aniversario de la Coronación Pontificia de la Virgen de Itatí, concelebrando monseñor Fabriciano Sigampa, Arzobispo de Resistencia y monseñor Melanio Medina, obispo de Ñeembucú (Paraguay), en las escalinatas de la basílica ante la multitudinaria presencia de peregrinos de todo el país y países vecinos, que llegan a 300.000 durante los tres días de festejos, cantidad que no se congregaba en Itatí desde hace varios años.

Homilía de monseñor Stanovnik
El 16 de julio de 1900, hace hoy exactamente 110 años, se coronaba solemnemente, la imagen de Nuestra Señora de Itatí, la misma que atrae a miles y miles de peregrinos, hace más de cuatro siglos, como rezamos en la oración Tiernísima Madre. La crónica nos cuenta que en una travesía histórica, la imagen fue llevada en barco por el río Paraná, hasta el atrio del templo de la Cruz de los Milagros. Una multitud expectante esperaba el momento de la coronación. El obispo Rosendo de Paraná reza la oración: “Reina del cielo, alégrate”, y luego coloca la corona en la cabeza de la bella imagen de la Pura y Limpia concepción de María de Itatí. De allí en adelante, es la reina que se ganó el corazón de todos los correntinos y desbordó ampliamente hacia los pueblos vecinos. Desde entonces, el fiel peregrino le manifiesta su amor y su devoción haciendo frente a muchos kilómetros que hace a pié, a caballo, en carreta o en vehículo. Ningún obstáculo le impide estar con ella, porque sabe que su tierno corazón de madre lo llevará hacia su Divino Hijo Jesús, de quien el peregrino arrepentido espera el perdón y recibe la gracia para seguir siendo un hombre de bien, amigo de Dios y convencido de los principios y valores del Evangelio. ¡Qué hermoso regalo del cielo nos viene por medio de la Iglesia!, esta Iglesia nuestra, que está celebrando su primer jubileo centenario.

La Diócesis de Corrientes se creó diez años después de la coronación de la Virgen. El “Reina del Cielo, alégrate”, sigue resonando hoy en nuestros corazones y nos ayuda a expresar sentimientos de alegría y de gratitud, porque gracias a ella vamos conociendo más a Dios y, así, comprendemos mejor la compleja trama de nuestra condición humana. No se trata de conocer a cualquier Dios, sino al Dios de Jesús, ese Jesús que concibió la Virgen por obra del Espíritu Santo. Por eso, en la oración pronunciada en el día de la coronación se escuchó: “porque a Cristo a quien llevaste en tu seno, aleluya”. Ese Cristo, Hijo de Dios, asumió nuestra condición humana, hecha de carne y hueso, esos que modelo el cuerpo virginal de María y se los regaló a Dios. Si Dios se revistió de un cuerpo humano real como el nuestro, quiere decir que nuestra carne es valiosa ante los ojos de Dios. Desde que él la abrazó por amor y la redimió de su tendencia autodestructiva, esta carne que llevamos es sagrada y no podemos hacer con ella lo que se nos ocurre, ni con la propia, ni con la nuestros semejantes.

El cuerpo de Jesús no fue un cuerpo virtual, sino real, de carne y hueso; nació varón, como lo atestigua la Escritura: “y dio a luz a su primogénito y lo envolvió en pañales”. No se hizo varón por una extraña operación mental, basada en fantasías y confusas inclinaciones afectivas: construyó su identidad a partir del don que recibió en su cuerpo y en su espíritu, a través del maravilloso cuerpo de mujer de su madre. Creció y maduró junto a María y a José, viendo en ellos y aprendiendo con ellos la belleza y el bien que hay en la diferenciación varón mujer, y al mismo tiempo, la complementariedad y comunión que se da precisamente a raíz a esa distinción y por esa diferencia. Gracias a ellos, su Hijo Jesús tuvo una humanidad real y verdadera, asumió nuestra naturaleza humana entera, sin modificar ni quitar nada de lo que recibió, salvo el pecado. El pecado consiste precisamente en rechazar la condición humana así como fue creada, con sus exigencias y leyes propias y, en su lugar, construir algo mental, caprichoso y difícil de identificar con lo humano, algo que nadie sabe bien en qué consiste y hacia dónde nos lleva.

En la oración Tiernísima Madre, le pedimos a María de Itatí, que nos dé un gran amor a su Divino Hijo Jesús. En la amistad con él, vamos aprendiendo a conocernos y amarnos a nosotros mismos y a nuestros semejantes. Dios, Creador y Padre, mediante su Hijo Jesús, abrazó nuestra humanidad real y en ese abrazo de amor, llevado hasta el extremo de dar la vida por nosotros, nos mostró que la cruz es el camino para una vida más humana, más digna y más plena. María, junto a la Cruz, es la discípula perfecta de su Hijo y es, al mismo tiempo, la Madre y Maestra que nos enseña la profunda sabiduría que se nos revela en el misterio de la cruz redentora.

Nosotros, peregrinos y devotos, nos hemos desplazado kilómetros en estos cuerpos hora cansados, pero inundados de felicidad y de luz, porque podemos estar con María de Itatí, junto a la Cruz. Cuando nos pusimos en camino, sabíamos que habíamos tomado la dirección correcta. Aquí, junto a María y a su Divino Hijo Jesús, sentimos que Dios nos ama en serio, porque vemos su cuerpo entregado y su sangre derramada por nosotros. No es un amor virtual sino real, que pasó por su cuerpo colgado en una cruz y continúa manifestándose mediante su cuerpo –la Iglesia– también cuerpo real y al mismo tiempo espiritual, con una lógica que sólo comprende aquel que ama y se siente amado. María al pie de la Cruz de su Hijo, es la síntesis más extraordinaria del amor recibido y del amor entregado hasta el extremo. En ella está nuestra humanidad coronada de gloria. Ella es nuestra esperanza en la promesa de que “el amor todo lo puede” y que abrazados con ella a la cruz de su Hijo, vencemos el pecado, la muerte y el mal.

Mientras celebramos con alegría y con amor a nuestra Iglesia ya centenaria, que dio a luz a muchas generaciones de correntinos profundamente creyentes, anhelamos ser con María de Itatí, una Iglesia más discípula de Jesús, e inundada cada vez más por el entusiasmo misionero. Por ello, queremos continuar realizando la visita de la Cruz y de la Virgen a las instituciones y hogares de toda la arquidiócesis. Que ningún hogar quede sin la visita y que todas las instituciones reciban la bendición de estos signos. La gran mayoría de las comunidades parroquiales, con sus sacerdotes, van realizando con gran provecho espiritual esta visita. Exhorto, como mejor puedo, que le demos un nuevo impulso a la visita de la Cruz y de la Virgen. Nosotros, que sentimos la felicidad y la fortaleza cuando la recibimos, ¿cómo vamos a privar a otros de esa gracia y bendición? Aprovecho para agradecer a tantos misioneros y misioneras que llevan con mucho amor la Cruz y la Virgen a las casas de nuestros barrios y pueblos, muchas veces con enorme sacrificio y, otras, teniendo que soportar con paciencia –como lo hizo la Virgen–, a aquellos que no los reciben o los rechazan. En esos misioneros se cumple la promesa de Jesús: quien a ustedes recibe a mí me recibe (cf. Mt 10,40); y también esa otra: alégrese porque sus nombres están inscriptos en los cielos (cf. Lc 10,20).

Sólo aquello que asumimos y abrazamos con amor, se transforma y crece. Sobre todo, cuando se trata de realidades fundamentales para nuestra existencia, como son el matrimonio, constituido por varón y mujer, la familia y la patria. Esto nos lo dicta la sana razón, sobre todo cuando dejamos que la ilumine Dios –fuente de toda razón y justicia–, quien primero asumió y abrazó con amor nuestra realidad humana, para redimirla y salvarla. Contemplemos a María de Itatí, junto a la Cruz con ojos de discípulos, para aprender a asumir y abrazar lo que hoy nos corresponde a cada uno allí donde Dios nos puso: en el matrimonio y en la familia, en el estudio y en el trabajo, en la función pública y en organismos de solidaridad. Donde sea, actuemos no movidos por oscuros intereses, sino por el bien de todos. Encomendemos a Nuestra Señora de Itatí, Tiernísima Madre de Dios y de los hombres, nuestra vida y la centenaria historia de nuestra Iglesia diocesana y, sobre todo, esta hora de nuestra patria. Así sea.

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