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domingo, 28 de septiembre de 2014

DOMINGO 26º DURANTE EL AÑO

Hoy la liturgia nos propone la parábola evangélica de los dos hijos enviados por el padre a trabajar en su viña. De estos, uno le dice inmediatamente que sí, pero después no va; el otro, en cambio, de momento rehúsa, pero luego, arrepintiéndose, cumple el deseo paterno.


Con esta parábola Jesús reafirma su predilección por los pecadores que se convierten, y nos enseña que se requiere humildad para acoger el don de la salvación.

También san Pablo, en el pasaje de la carta a los Filipenses que hoy meditamos, nos exhorta a la humildad: No hagan nada por rivalidad, ni por vanagloria -escribe-, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismos" (Flp 2,3). Estos son los mismos sentimientos de Cristo, que, despojándose de la gloria divina por amor a nosotros, se hizo hombre y se humilló hasta morir crucificado (cf. Flp 2,5-8). El verbo utilizado -ekenosen- significa literalmente que "se vació a sí mismo", y pone bien de relieve la humildad profunda y el amor infinito de Jesús, el Siervo humilde por excelencia.

El domingo pasado comenzamos a leer la primera de una serie de tres parábolas cuyo desarrollo se sitúa en el ámbito de una viña: (1) la contratación y paga de los trabajadores de una viña (Mt 20,1-16); (2) el padre que manda a sus dos hijos a trabajar a su viña (21,28-32); y (3) los viñadores homicidas (21,33-43).

Gracias a las tres parábolas, las temáticas del llamado a trabajar, a la responsabilidad, a la justicia, al discernimiento de la voluntad de Dios y la gratuidad/recompensa, colorean el tema del discipulado que el evangelista Mateo nos viene proponiendo en el presente año litúrgico.



Evangelio: San Mateo 21,28-32

La primera de las parábolas de juicio pone en escena a dos jóvenes, hijos del mismo padre. La secuencia (21,28-32) es una respuesta directa para aquellos que no reconocen ni la autoridad de Juan ni la de Jesús.

El relato parabólico contrapone a dos hijos: el que dice no y después, va (vv. 28-29), y el que dice sí, pero no lo hace. El final (v. 31a), señala lo correcto: más vale decir no y un poco más adelante decir sí a no hacerlo, como no se cansarán de repetirlo los maestros espirituales…

Al responder correctamente los oyentes (leer v. 23) no se dan cuenta que se están denunciando a sí mismos. La aplicación lo puntualiza: en el Reino de los cielos, los detestados publicanos y las mujeres de mala vida tomarán el lugar de los sumos sacerdotes y de los ancianos. En efecto, los menos considerados y “tenidos-en-menos-que-nada” han escuchado la llamada de Juan y se han convertido.

Los notables han podido constatar estas conversiones, pero ellos mismos no han creído en el mensaje y no se han movido. He ahí por qué no pueden entender la autoridad del heraldo del Reino: sólo un compromiso personal permite experimentar el poder de este Reino.


(Colaboración del padre Juan José Mettini)

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