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lunes, 2 de marzo de 2015

UN NUEVO AÑO LECTIVO

En el momento de la despedida de Jesús, algunos discípulos todavía dudaban. Dudaban de lo que pasaría con ellos. Dudaban de sí mismos. Dudaban de la consistencia de su corazón. Pero todos, en ese momento de despedida, todos, seguro todos, se acordaron de la primera vez que Él les habló. Ese primer encuentro con Jesucristo estaba en el corazón de ellos, y desde ese eco del primer encuentro reciben la misión: vayan y enseñen. 


Se podría traducir: vayan y encuéntrense todos los días con cada uno de los que están cerca de ustedes, con cada uno de los que les he encomendado. Cada día, cada mañana, cuando un docente se encuentra con sus alumnos, comienza una historia. Al acercarse a cada uno de sus chicos o chicas no les van a vender nada, porque ustedes no son "maniseros de la enseñanza", ustedes son transmisores de vida, de una vida vivida. 

Por eso, el docente enseña desde el corazón, el docente no comercia. Toda la comunidad educativa tiene que poner sobre la "parrilla" de la vida, la "carne" de su recuerdo, la "carne" de su propia vida, con sus éxitos y fracasos, con sus gracias y pecados; pero siempre está ese primer encuentro con Jesucristo. 

Esa mirada en la que fuimos creados, constituidos. Esa mirada que se hace envío cada mañana para poder mirar con los mismos ojos de Él a cada chico y chica que se les acerca. La docencia, el educar, el hacer crecer, si bien es trabajo, trasciende las pautas de trabajo puramente remunerativo. Va más allá. Tomar la vida y llevarla de la mano es escuchar las inquietudes de esa vida y no imponerle, sino de la mano proponerle el camino. Y eso solamente se hace desde el corazón. 

Si una comunidad educativa, docentes, administrativos, todo el personal del colegio no pone el corazón ahí, desde el vamos fracasarán en el objetivo de transmitir un recuerdo, de transmitir una mirada de esperanza, de transmitir qué es un futuro. Los chicos y las chicas se van a acordar de ustedes cuando la vida los zarandee. En los momentos de crisis en que todo parece que se nos revuelve, perdemos la orientación, la brújula se enloquece. Si ustedes se acercaron con mirada de padres y de madres, con mirada de hermanos y hermanas, pusieron en ese corazoncito, en ese corazón adolescente o en ese corazón joven, la calidez que nace de un corazón maduro por la memoria, por la lucha, ese chico o esa chica que hoy tienen al lado de ustedes cuando se vea zarandeado por las crisis, no va a perder el norte. Sufrirá, porque de eso no estamos exentos ninguno de nosotros, pero la brújula no se le va a poner loca y va a saber dónde está el norte. Ustedes son mujeres y hombres de encuentro, fomenten el encuentro consigo mismo en cada uno de sus chicos y chicas. Ustedes son hombres y mujeres de memoria y de recuerdo, enséñenles a recordar las miradas de ternura que los fueron construyendo. Enséñenles a descubrir la mirada de Jesucristo. Ustedes son hombres y mujeres de esperanza, porque están apostando a algo que los va a trascender. 

Este trayecto que han hecho, desde el desencanto del cambio de siglo hasta la fe en la Venida del Reino y de ahí a la recuperación de la esperanza y el compromiso concreto, abre nuevas posibilidades para la tarea educativa que se les ha encomendado y que han abrazado con amor. Quisiera señalar estas invitaciones concretas que la esperanza les hace: La invitación a cultivar los lazos personales y sociales, revalorizando la amistad y la solidaridad. La escuela sigue siendo el lugar donde las personas pueden ser reconocidas como tales, acogidas y promovidas. Si bien no habrá que descuidar una válida dimensión de eficiencia y eficacia en la transmisión de conocimientos que permitan a nuestros jóvenes hacerse un lugar en la sociedad, es fundamental que sean "maestros de humanidad". Y éste puede ser un aporte importantísimo que la educación católica o no ofrezca a una sociedad que por momentos parece haber renunciado a los elementos que la constituían como comunidad: la solidaridad, el sentido de justicia, el respeto por el otro, en particular por el más débil y pequeño. La competencia despiadada tiene un destacado lugar en nuestra sociedad. Aporten día a día el sentido de justicia y la misericordia. 

La invitación a ser audaces y creativos. Las nuevas realidades exigen nuevas respuestas. Pero antes, exigen un espíritu abierto que realice un discernimiento constructivo, que no se aferre a certezas rancias y se anime a vislumbrar otras formas de plasmar los valores, que no dé la espalda a los desafíos del tiempo presente. He aquí una auténtica prueba para nuestra esperanza. Si está puesta en Dios y su Reino, sabrá liberarse de lastres, miedos y reflejos esclerotizados para atreverse a construir lo nuevo desde el diálogo y la colaboración. 

La invitación a la alegría, a la gratuidad, a la fiesta. Quizás la peor de las injusticias del tiempo presente es la tiranía del utilitarismo, la dictadura de la adustez, el triunfo de la amargura. Está en la autenticidad de nuestra esperanza el saber descubrir, en la realidad cotidiana, los motivos, grandes o pequeños, para reconocer los dones de Dios, para celebrar la vida, para salir de la cadena del debe y el haber y desplegar el gozo de ser semillas de una nueva creación. Para hacer de nuestras escuelas un lugar de trabajo y estudio, sí, pero también –y, me atrevería a decir, ante todo– un lugar de celebración, encuentro y gratuidad. 

Y por fin, la invitación a la adoración y a la gratitud. En el vertiginoso existir de cada día, es posible que nos olvidemos de atender esa sed de comunicación que nos habita en lo más hondo. La escuela puede introducir, guiar y ayudar a sostener el encuentro con el Viviente, enseñando a disfrutar de su presencia, a rastrear sus huellas, a aceptar su "escondimiento". Imperdible tiene que ser el aficionarse a tratar con Él. Me animo a que tomemos estas palabras de hombres del siglo XVI, para hablarle a Dios en este siglo nuevo, en la continuidad de un mismo amor:"Muéveme, al fin, tu amor y en tal manera, que aunque no hubiera cielo, yo te amara, y aunque no hubiera infierno, te temiera. No me tienes que dar porque te quiera; pues, aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera". 

Dios bendiga abundantemente la labor que llevarán a cabo durante este nuevo año entre variados matices, alegrías y tristezas, gozos y penas pero sabiendo que el esfuerzo realizado con amor no caerá en un saco sin fondo y junto a San Pablo podrán decir:"Todo lo puedo en aquél que me reconforta: Jesús!" 

(Colaboración del padre Juan José Mettini fdp)

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