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domingo, 1 de marzo de 2015

MONSEÑOR STANOVNIK PRESIDIÓ LA MISA DEL INICIO DEL AÑO PASTORAL EN ITATÍ

La Iglesia arquidiocesana de Corrientes se reunió en Itatí para el inicio del Año Pastoral, junto a su pastor monseñor Andrés Stanovnik. Los fieles colmaron la basílica de la Virgen.


En inmediaciones de la terminal de ómnibus se congregaron las delegaciones de la Arquidiócesis de Corrientes para iniciar la procesión hacia el santuario de Nuestra Señora de Itatí y participar de la santa misa que estuvo presidida por el arzobispo, monseñor Andrés Stanovnik y concelebrada por el vicario general de Pbro. José Billordo, el rector del santuario mariano padre Roberto Arcángel Simionato fdp y los sacerdotes de la arquidiócesis.

Las calles adyacentes a la basílica se vieron colmadas de autos, combis y colectivos llegados de distintos puntos de la región, por ser el último domingo de vacaciones, y por la convocatoria de los grupos y movimientos de la arquidiócesis de Corrientes.

En su homilía monseñor Stanovnik manifestó “Todos los años nos venimos reuniendo en la Casa de nuestra Madre para encomendarle a ella el Año Pastoral que hoy iniciamos. Nos confiamos en sus brazos, seguros de que ella nos va a conducir con ternura de madre y claridad de maestra hacia todo aquello que Dios quiere para nuestra Iglesia durante este año. Ella también nos acompaña en este tiempo de Cuaresma y nos invita a abrir nuestro corazón confiadamente a la misericordia de Dios, que es infinitamente bondadoso y compasivo para los que creen en él”.

Texto completo de la homilía

Inicio del Año Pastoral - II Domingo de Cuaresma
Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes
Itatí, 01 de marzo de 2015

Todos los años nos venimos reuniendo en la Casa de nuestra Madre para encomendarle a ella el Año Pastoral que hoy iniciamos. Nos confiamos en sus brazos, seguros de que ella nos va a conducir con ternura de madre y claridad de maestra hacia todo aquello que Dios quiere para nuestra Iglesia durante este año. Ella también nos acompaña en este tiempo de Cuaresma y nos invita a abrir nuestro corazón confiadamente a la misericordia de Dios, que es infinitamente bondadoso y compasivo para los que creen en él.

El equipo que organizó esta jornada, nos propuso que la vivamos inspirados en un lema que nos habla de la familia, de la fe y de la vocación: “Familia: iniciadora de la fe y escuela de vocaciones”. Esta frase recoge tres grandes momentos que estamos viviendo en la Iglesia: el Sínodo sobre la Familia, el Año de la Vida Consagrada y la Primera Asamblea Arquidiocesana sobre la Iniciación a la Vida Cristiana: una iniciación a la comunión y a la misión.

Los tres momentos nos invitan a subir con Jesús al Monte de la Transfiguración y contemplarlo radiante en su belleza y esplendor, para que su presencia nos reanime en la fe, acreciente nuestra esperanza y fortalezca nuestro compromiso misionero. Dejémonos sorprender por el relato de ese extraordinario episodio, que luego San Juan Pablo II incluyó como uno de los misterios de la luz en el rezo del Santo Rosario. Unos días antes de su pasión -escuchamos en el texto evangélico- Jesús llevó a tres discípulos suyos a un monte elevado y se transfiguró en presencia de ellos. El momento fue tan fulgurante e intenso, que los discípulos querían quedarse allí para siempre. Sin embargo, Jesús les da a entender que hay mucho camino aún para andar hasta llegar a la posesión definitiva de esa maravillosa realidad que se les había anticipado por unos instantes. Sin embargo, en ese largo camino Jesús no los abandona, baja con ellos del monte y les asegura su compañía hasta el final de los tiempos.

También nosotros hemos subido hasta este lugar –atraídos por el amor a la Virgen y a la Cruz de su Hijo Jesús– para recibir consuelo y fortaleza. Los vamos a necesitar para que nos animen y sostengan cuando bajemos a las ocupaciones cotidianas, a las tareas apostólicas y al testimonio que debemos dar como cristianos. Lamentablemente, nos estamos acostumbrando a vivir en mundo cada vez más violento, inseguro e intolerante. Es cierto que esto se nota más en las acciones de grupos extremistas y fanáticos, que causan un repudio universal y avivan temores y desconfianzas sobre la calidad de los fundamentos que sostienen la convivencia entre los diversos grupos humanos en el planeta. Pero es alarmante también la inestabilidad, intolerancia y agresiones que ocurren en la pareja y en el núcleo familiar, violencia e inseguridad que luego se traspasa a la convivencia social.

La familia es iniciadora de la fe y escuela de vocaciones, cuando sus miembros se respetan, se quieren, se ayudan unos a otros y rezan juntos pidiendo la bendición de Dios sobre todos ellos. En una familia así, los hijos descubren el gusto de servir y de estar atentos a las necesidades de los otros. Para ellos, la familia es una verdadera escuela, un lugar en el que descubren su vocación de servicio en la sociedad y en la Iglesia. Pero el núcleo familiar puede convertirse también en el lugar donde los hijos se inician en el mal trato entre ellos siguiendo el mal ejemplo de sus padres. La ausencia de estos en la vida de sus hijos, genera en ellos desorientación y angustia que amortiguan con diversas formas de aturdimiento.

Necesitamos recuperar y fortalecer el espacio de plenitud más bello y profundo que tiene la condición humana: la pareja constituida por un varón y una mujer, su compromiso de estabilidad y fidelidad en el amor para siempre, y su generosa apertura a la vida. Ninguna otra realidad humana puede reemplazar lo que brinda la familia, así entendida, a sus propios miembros, a la sociedad y a la Iglesia. Luego, la comunidad humana, en sus diversas extensiones: vecindario, pueblo y familia humana, son la consecuencia de la realidad y de los vínculos que se fueron fraguando en la familia.

El matrimonio y la familia son el lugar insustituible y el más cercano donde aprendemos a amar y a ser libres; a comunicarnos y a compartir; a ser justos, a respetarnos y apreciar a los demás. Díganme, ¿en qué otro lugar se podría aprender a convivir en la libertad y el respeto por los otros, si no es en la propia familia? Esta realidad tan elemental y tan imprescindible debería ser prioridad en las políticas de Estado. Si se promoviera, protegiera y acompañara más efectivamente la estabilidad, fidelidad y el respeto en la pareja y en los vínculos familiares, se aseguraría una convivencia social más serena y ciertamente con un mayor progreso para todos y en todos los niveles.

Estemos atentos –advirtió el Papa Francisco recientemente en Manila– a las nuevas colonizaciones ideológicas. Existen colonizaciones ideológicas que buscan destruir la familia. Esas colonizaciones vienen de afuera. Y así como nuestros pueblos en un momento de su historia llegaron a la madurez de decirle ‘no’ a cualquier colonización política, como familia tenemos que ser muy sagaces, muy hábiles, muy fuertes para decir ‘no’ a cualquier intento de colonización ideológica sobre la familia. No perdamos la libertad que Dios nos confía en la misión de la familia. A estas sabias consideraciones del Santo Padre, asociemos nuestra oración y colaboración a la tarea que nos convocó el Sínodo de la familia. Este año y el año que viene estará centrado particularmente sobre el matrimonio y la familia, sobre todo con las orientaciones pastorales que recibiremos del Papa Francisco una vez que hayan concluido los trabajos sinodales.

La familia es una realidad que está vinculada estrechamente a la vida de la Iglesia. De hecho, la llamamos Iglesia doméstica. Ella tiene la misión de iniciar en la fe a sus hijos y de iniciarlos, como decíamos antes, a una vida en la que desarrollen las virtudes humanas y cristianas, capacitándolos para compartir, ser generosos y respetar a todos. Esa iniciación necesita un ambiente familiar donde todos colaboran y estén dispuestos a aportar lo mejor de sí mismos.

También la Iglesia es una familia que tiene la misión de iniciar a sus hijos en la vida cristiana. En ella, todos somos responsables de iniciar a los hermanos y hermanas a la vida de fe. Podríamos preguntarnos dónde nos iniciamos a la vida cristiana. Y la respuesta es sencilla y clara: en la Iglesia. Esa Iglesia que vive en las familias, en las comunidades parroquiales, en los movimientos y en la diversa variedad de instituciones. A ello responde el tema de dicha asamblea: Iniciación a la vida cristiana, una iniciación a la comunión y a la misión. Esto es motivo de oración, de estudio y de intercambio en las parroquias, movimientos e instituciones a lo largo de todo el año.

El Año de la Vida Consagrada coloca en el centro de la vida de la Iglesia una especial vocación cristiana: es la que descubre el joven o la joven, fascinados por la persona de Jesús y a quien no pueden resistir, hasta entregarle toda su vida. Es una experiencia de amor y de libertad única, original y exclusiva que sólo la presencia de Jesús puede provocar en el corazón humano. De esto pueden hablar los consagrados y consagradas que viven entre nosotros, hasta donde las palabras alcanzan a expresarlo. También para esta vocación, la familia es el lugar y la escuela donde se aprende a escuchar y a conocer la voz de Dios y a responderle con toda la vida y para siempre, sin miedos, porque Jesús es fiel y cumple con sus promesas de bendición y de felicidad.

La iniciación a la vida cristiana no es un camino solitario. El que acepta seguir a Jesús y hacerse discípulo suyo, se integra a una comunidad de discípulos. Jesús los llamó a cada uno por su nombre, los convocó a una vida común y luego los envió de dos en dos. Del mismo modo, la Iglesia, que nace en Pentecostés, se origina como una realidad de comunión y con la misión de reunir a todos los pueblos en la unidad del único pueblo de Dios. Por ello, el bautizado que entra a formar parte de ella, se inicia a una vida de comunión y de misión.

La comunidad eclesial es, por consiguiente, la principal iniciadora a la vida cristiana y escuela de vocaciones. En el fraterno intercambio que iremos realizando durante el tiempo de preparación a la Asamblea iremos reflexionando y profundizando, por una parte, sobre el sentido y la responsabilidad que tenemos como Iglesia en iniciar a los hermanos en la fe. Y, por otra, iremos buscando juntos el modo cómo debemos anunciar hoy a la persona de Jesús para que los que escuchan el anuncio queden fascinados por él; cómo acompañar luego a las personas para que perseveren en la oración y la práctica de la confesión frecuente y participen de la Eucaristía; y cómo hacer para que esos cristianos se inserten cordialmente en la comunidad eclesial y social, y sean fraternos y fervorosos misioneros.

En esta tarea no estamos solos. La Virgen con su corazón de madre y sabiduría de discípula nos acompaña y nos anima a confiar en la acción del Espíritu Santo. A ella le encomendamos nuestro entusiasmo apostólico y le pedimos que nos enseñe a anunciar con alegría a Jesús, su Hijo, y nos sostenga y consuele en medio de las dificultades. Así sea.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes






Más imágenes en: INICIO AÑO PASTORAL EN ITATÍ

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