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sábado, 11 de abril de 2015

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA

No hay Pascua sin comunidad, no se puede vivir la Resurrección si no es con otros. Aquí no cabe el individualismo que tan perniciosamente el capitalismo ha metido dentro de nosotros. ¿Preguntarle a Tomás y a las primeras comunidades cristianas? Si no estás en comunidad, precisamente el primer día de la semana, no puedes ver a Jesús, tendrás que venir el siguiente domingo. Ya lo dijo él: “Donde estéis dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo” y nosotros empeñados en ser felices en solitario, en creer que nos salvamos solos.


¿Y cómo manifiesta Jesucristo su presencia en la comunidad?, allí donde los hermanos viven la alegría: “Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”. La alegría es el signo de la presencia de Cristo resucitado, es la victoria de la vida sobre el pesimismo y la tristeza de la muerte. La alegría cristiana es una sana y serena expresión de la paz interior: “Paz a vosotros”. Hay muchos cristianos que parece que no están muy convencidos de esto y piensan que las manifestaciones de alegría en una reunión litúrgica son una falta de respeto. No estará de más decir que sin participación de la gente en la Eucaristía no hay alegría. La alegría brota de la presencia del Señor dentro de nosotros: “Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”, nace del interior. Alegría, Paz y Espíritu, son las expresiones comunitarias de la Resurrección, que nos van a repetir todos los textos de estos domingos de Pascua. Rescatemos la alegría en nuestras reuniones y celebraciones, el Papa Francisco, aparte de escribir su exhortación sobre “La alegría del Evangelio”, últimamente nos dice: “No quiero sacerdotes con la cara avinagrada”, lo mismo se podría aplicar a todos los creyentes.

La alegría de la Pascua es el gozo de compartir, como nos lo recuerda la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles: “Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor”. Hasta tal punto que se desprendían de sus bienes y tierras para distribuirlos según necesidad. “Lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía”, todo el texto que leemos en este domingo, a muchos les pareció una utopía, incluso algunos doctos hablaron de un fanatismo de los primeros cristianos o de que no sería del todo así. Hoy, no sólo es el fundamento de la Doctrina Social de la Iglesia, sino uno de los grandes ideales de nuestra sociedad: que los bienes materiales estén en función del bien común de toda la comunidad y no de unos pocos. El individualismo, incluso el religioso (“mi Cristo”, “mi Iglesia”, “mi Misa”, “mi Comunión”, “mi parroquia”,” mi grupo”…), que aún vivimos, es una forma de capitalismo que ha calado mucho más hondo de lo que nosotros imaginábamos. 

Sólo en comunidad podemos palpar la presencia de Jesús como un bien común, y también su paz y su alegría. Quien no viva con sus hermanos ni comparta la alegría fraterna, no tiene la paz ni la alegría del Señor.

Tomás, “llamado “el Mellizo”, el incrédulo que se resiste a creer por el simple testimonio de los otros, es cualquiera de nosotros, somos sus “mellizos”. Él quiere ver y tocar: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en el costado, no lo creo”, como nos pasa a ti y a mi muchas veces. Pero la fe no necesita ver, de ahí la pregunta de Jesús: “¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”. La fe surge del encuentro con los hermanos y viendo a los hermanos podemos decir: “¡Señor mío y Dios mío!”, no puedes verlo si no te unes a los hermanos.

En Pascua nace la Iglesia y es tiempo de sentirla como la comunidad de creyentes que se reúnen cada domingo en una parroquia para celebrar la vida desde la fe. La parroquia nos necesita para seguir estando cercana a tantas personas que buscan, para renovarla en sus formas y en su sensibilidad, para despojarla de ropajes históricos, para hacerla más joven. Pero también nosotros la necesitamos para que nuestra fe no sea un reducto, una secta, donde celebramos maravillosamente la Pascua en solitario sin que nos molesten las abuelas, los del cumplimiento dominical, o los que dudan.

Para poderse encontrar con el Jesús real mas allá de nuestros intimismos debemos interrogarnos sobre nuestra presencia en las parroquias que tienen un montón de defectos y limitaciones, pero es el sitio de la comunidad. Nada de elitismos, es tiempo de dar lo que nos dieron, de estar dentro para salir fuera, es tiempo de encontrarnos cada domingo con todos aquellos que están en camino. Nada sin comunidad, sin comunidad no hay Pascua, pero no una comunidad echa a mi medida, sino la de los humildes seguidores del resucitado, del Viviente, que quiere estar al lado de los más pequeños, de los más pobres. Te espero este domingo y el otro con las puertas abiertas, en medio de la plaza, en la esquina del barrio, donde se planta la torre que quiere ser lugar de referencia y de salida en esta Pascua.

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