Algunas emociones como el miedo, la culpa y el resentimiento, deberían ser manejadas con cautela, para no albergarlas demasiado tiempo en nuestro interior y darles cabida sólo para sentirlas cuando se producen y dejarlas marchar, una vez hemos procesado la información que nos traen. De no hacerlo nos exponemos a su toxicidad, que podría repercutir física o psicológicamente. Es bueno sentir las emociones, pero tenemos que aprender a gestionarlas.
Estas tres emociones deben ser observadas cuando emergen, ver que las ha provocado, responsabilizándonos y tomando nota sobre las verdades que nos traen y ver si nos invitan a realizar algún cambio, pero sin olvidar soltarlas cuanto antes. Para ello será necesario no alimentarlas demasiado con nuestro diálogo interno ni externo, para no crear un ancla.
El resentimiento crea un ancla en el pasado que se alimenta y crece con la crítica. Cada vez que recordamos un resentimiento, nos conectamos con su toxicidad, hay que dejarlo marchar. Eliminarlo de nuestra memoria.
Muchas veces el resentimiento está relacionado con nuestro orgullo, con nuestra personalidad. Si dejamos de personalizar todo lo que nos acontece en nuestras relaciones, aprendemos a aceptar la realidad de los otros, a no formarnos expectativas y asumir que no somos el centro del universo, podremos disminuir los resentimientos. Eso sí, siempre cribando qué situaciones y personas son las que nos convienen, para nuestro bienestar; pero sin estar en pie de guerra con ellas por sus acciones.
Si algo no nos gusta, lo expresamos para ver si se produce un cambio, marcamos nuestros límites y en última instancia, si la cosa no mejora, siempre podremos alejarnos.
La culpa posee una toxicidad, que en grado extremo nos carcome por dentro y no nos deja descansar. Es una mala compañera, se lleva la paz y en muchas ocasiones hacen mermar la autoestima.
La culpa debería no durar más de 10 minutos, el tiempo suficiente para reciclar los hechos, atender lo que nos dice nuestra conciencia y efectuar los cambios necesarios, para evitar en el futuro el mismo resultado.
Recordar que somos humanos y estamos aquí para aprender de nuestros errores. Cada día es una página en blanco por escribir y empieza una nueva oportunidad para hacerlo mejor. Es posible que cometamos equivocaciones, nos caeremos y nos levantaremos de nuevo; aprendemos de nuestras experiencias.
Para evitar la toxicidad de esta emoción es importante estar alerta y no dejarse perseguir ni aprisionar por sus sermones.
En cuanto al miedo refleja muchas veces una falta de confianza. También puede producir un estado de alerta. Nos pone a la defensiva, a la expectativa para que tengamos cuidado con lo que tenemos que enfrentar, ya se trate de una situación o una persona. No hay que evitarlo, es bueno escucharlo y ver que esconde o que información nos quiere transmitir. Con él ocurre lo mismo que con las dos anteriores emociones, que ya hemos comentado, es bueno verlo, pero no alimentarlo con nuestra imaginación. Ver si se trata de un miedo palpable del presente o proyectado en el futuro.
Los miedos del futuro se pueden erradicar centrándonos en el aquí y el ahora, concentrándonos minuto a minuto; tomando las medidas necesarias de previsión y haciendo cuanto está en nuestras manos, pero sin contaminar el presente con una imaginación negativa. No adelantemos acontecimientos y pongamos nuestra energía o vitalidad en la confianza y en la esperanza. Lo que el futuro nos deparará, ya lo veremos y la Divina Providencia nos lo indicará; pero que no se nos escape el presente paralizados por el miedo.
El futuro se construye con las energías o vitalidad del día a día. No podemos controlarlo todo, pero si podemos aprender a tener una actitud positiva y confiar en la vida bajo la guía de la fe, que es nuestra maestra.
El miedo en las relaciones: si en una relación hay miedo, habrá que examinar que lo provoca. Tendremos que distinguir si es un miedo del presente o uno que se revive del pasado o si son miedos que nos ocasiona una determinada situación o persona.
En el primer caso tendríamos que trabajar nuestros miedos internos del pasado, afrontarlos y anularlos. En el segundo caso trabajar nuestras inseguridades. Por último, si se tratara de una persona en particular, estudiaremos cautelosamente la situación, incluida la persona -ya que quizás nuestra intuición quiere hablarnos a través de ese miedo-.
Nos tomaremos el tiempo necesario para observar si se trata de una relación tóxica; si ese fuera el caso no olvidemos tomar cierta distancia interior, cuando tratemos con ella. En casos extremos, si vemos que están destruyendo nuestra autoestima y nuestros límites, cortar por lo sano la relación. Donde no hay respeto, no puede afianzarse la confianza. Donde hay miedo, no puede haber amor, porque no puede fluir.
Aprender a gestionar nuestras emociones interiores, tarea diaria, nos aportará más paz a nuestras vidas. No olvidemos, que como todo aprendizaje, nos llevará tiempo para poder realizarlo con soltura, pero lo importante es empezar
(Colaboración del P. Juan José Mettini)
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