NO RECIBEN AYUDA NI MUNICIPAL NI PROVINCIAL
El Merendero “Padre César Corazza” está rodeado de frondosos árboles y mucha vegetación. Los asistentes, de todas las edades, se acercan cada sábado. Si está lindo el día, comen bajo los árboles, y si esta feo, se amontonan en una pequeña habitación de la casa de Margarita.
La barriada está ubicada en una zona de obrajes en su mayoría rodeada de ladrilleros y pescadores; a pocos kilómetros existe un enorme basurero y más adentro del paisaje lleno de vegetación autóctona habitan personas que exclusivamente hablan Guaraní.
Ibiray es el nombre de este asentamiento ubicado en Itatí que limita con Itá Corá (Paraguay) y es una vía constante de paso de autos que, según dicen, trasladan todo tipo de elementos provenientes del contrabando. “Ahora se ve poco pero antes a toda hora se podía ver pasar autos”, contaron a “época”. El acceso al lugar es totalmente estrecho y lleno de arbustos que sirven para esconder todo tipo de artilugios.
En medio de todo este paisaje, por momento desolador y por otros de calma y distensión natural, se encuentra lo que algunos pobladores conocen como el comedor de “Doña Porota” en el que sólo los sábados se da desayuno, almuerzo y merienda para más de 100 chicos.
Margarita Rodríguez y Graciela Correa o “Porota” (como la conocen en el lugar) iniciaron desde el año 2006 una gratificante tarea solidaria que hoy se podría resumir en “la ayuda de la Virgencita, Dios y San Cayetano”, al decir de Margarita.
Todo lo que se da a los chicos, además de catequesis y clases de apoyo impartidas por Porota (maestra jubilada), medicamentos y ropa, es fruto de una actividad hecha a pulmón y con mucho amor hacia los demás.
Margarita vive desde que nació en el barrio y tiene cuatro hijos, las chicas emigraron hacia Buenos Aires y de los dos chicos uno se dedica a la ladrillería y otro es camionero.
Desde horas muy tempranas, a las ocho aproximadamente, se acercan los pequeños “con jarrito en mano” a recibir una ración de algo elemental: el desayuno para sobrellevar la mañana; después de rezar y realizar tareas de catequesis, algunos, otros de apoyo escolar, se preparan para comer.
“Todo lo que tenemos es gracias a la colaboración de la gente, no recibimos ayuda de nadie”, dijo Margarita mientras contaba su experiencia de servir a los más necesitados en medio de la gran vegetación. “Yo comencé para que los chicos tengan a dónde ir los sábados”, dijo Margarita empezando su gratificante tarea con la olla de 50 litros en la mesa.
Toda su familia y hasta los vecinos ayudan en la tarea; la beneficencia proviene de muchos lugares, hasta de pueblos cercanos que conocen su labor y siempre colaboran con los chicos.
Diario Época
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