Primera Lectura: Jeremías 20, 7-9; Segunda Lectura: Romanos 12, 1-2; Evangelio: Mt. 16, 21-27
San Pablo en la segunda lectura, habla de ofrecerse a Dios. En la Antigua Ley, en el templo se ofrecían sacrificios de animales. El Apóstol nos dice, eso no basta. Ahora, nuestra forma de culto a Dios es la entrega de nuestra propia vida. Es decir los contratiempos y alegrías de cada jornada, problemas familiares que deben resolverse en el silencio de cada familia, dolores o enfermedades, una buena ofrenda en este caso uniéndola a los mártires de Irak, el silencio e ir eliminando todo lo que no es propio de un humano, por lo tanto de un humano-cristiano. Jesús nos invita a seguirlo en la obediencia y docilidad, expresada en el amor al prójimo.
Basta mirar la historia presente, para darnos cuenta que la vida a medias no va "o nos jugamos por Cristo, o lo dejamos de lado", vida intermedia, la misma sociedad nos dice “No”.
La novedad de este momento es la pereza para todo, para la oración, la misa, la confesión, etc., no así para la diversión, muchas veces encarada mal. Es buena la sana diversión y la necesitamos, pero es mala la pereza para lo espiritual. No se permita que esta lo gane, es algo perdido.
La frecuencia sacramental nos lleva a valorar más todo lo que debemos hacer mientras caminamos en esta tierra, santificada por la Sangre de Cristo, pero también regada por nuestra entrega de cada día. Vemos como hoy concretamente hay mártires, cristianos matados simplemente por creer en Jesús y hermanos que deben dejar su patria por ser testigos del Señor. Hágase esta pregunta: ¿dónde está usted, en lo cómodo o en lo entusiasta y dinámico?
(Colaboración del padre José Quintana)
(Colaboración del padre José Quintana)
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