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sábado, 23 de mayo de 2015

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

Damos más importancia a otras fiestas que a la venida del Espíritu Santo, que además es la fiesta de la Acción Católica y del Apostolado Seglar. Lo cual nos habla de cómo es nuestra Iglesia que ha descuidado su mismo espíritu, su mentalidad abierta y pluralista, su mística de empuje, su presencia en todo el pueblo de Dios, sobre todo en los laicos y se ha centrado en los aspectos exteriores, formales y materiales de toda religión.


En Pentecostés, llega el Espíritu, muere Babel para que nazca la nueva comunidad. Habla Pedro y todos se sorprenden, todos le oyen como si fuera en su propia lengua y el pobre no sabe idiomas, su lenguaje debe ser el del amor y la comprensión. Y siguen algunos pensando que el lenguaje universal es el latín o al contrario, defendiendo ciertos nacionalismos culturales, cuando lo que se nos cuenta es que hay que hacer de todos los pueblos, una gran familia universal unida por el mismo Espíritu.
El Espíritu no tiene barreras, nadie es dueño del Espíritu, que en cada uno se manifiesta para el bien común, todos los miembros del cuerpo humano son solidarios entre sí y evitan la competitividad entre unos y otros. Nadie debe subrayar las diferencias entre sacerdotes o laicos, célibes o casados, europeos o africanos, hombres y mujeres… “todos hemos bebido del mismo Espíritu”. Es el Espíritu el que nos hace a todos espirituales, el creyente no tiene que hacer su recorrido de fe, solo basándose en sus fuerzas, sino que es guiado por el Espíritu como conoce en plenitud a Jesús que le conduce a la verdad, a la comprensión siempre actualizada y creciente de lo que Él le pide.

Es viento: “De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa”. Ante un viento impetuoso nada permanece estático, todo se pone en movimiento, por eso, no podemos continuar con las ventanas cerradas: quietos, mudos, indiferentes, insensibles ante lo que pasa a nuestro alrededor. El viento nos llevará donde quiera y lo sentiremos cuando estemos reunidos, es el aliento común, es lo que nos une para respirar la misma fe y la misma caridad. Es también fuego: “Vieron a parecer unas lenguas como llamaradas” que sacaron a los apóstoles de sus miedos, para proclamar a todas las naciones con un lenguaje de fuego, en el que son capaces de entenderse todos, las maravillas de Dios. Viento que extiende el fuego abrasando los corazones (recordar los Claretianos, y vale para todos, la definición del Misionero, nuestros signos carismáticos y los carismas vienen del Espíritu: “Arde en caridad”, “Abrasa por donde pasa”, “Encender a todo el mundo en el fuego del divino amor”…).

Al celebrar hoy la fiesta de Pentecostés, que es la presencia del Espíritu en nuestras comunidades, abramos bien las ventanas, (no tengáis miedo a las corrientes y los resfriados, nos diría el Papa Francisco que ya tiene una cierta edad), para que la fuerza de su viento nos airee, nos sacuda nuestra quietud y nos haga descubrir que el cristiano está puesto en el mundo para ser artífice de un diálogo ininterrumpido con todos los hombres. Este diálogo y presencia como levadura, es lo que pretende la Acción Católica y el Apostolado Seglar.

Se le escucha también en recogimiento y silencio, unidos por el mismo amor, escuchemos en nuestro corazón lo que nos está susurrando la fuerza del Espíritu y pidamos sintiéndolo y no de palabra: “Envíanos, Señor, tu Espíritu que renueve la faz de la tierra”.

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