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miércoles, 16 de octubre de 2013

HOMILÍA CON OCASIÓN DE LA CONSAGRACIÓN DEL MUNDO ENTERO AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA DEL PAPA FRANCISCO

Hoy nos unimos espiritualmente al Santo Padre Francisco en una Jornada Mariana, en la que él ha consagrado el mundo entero al Inmaculado Corazón de María. Él eligió esta fecha para la consagración, porque coincide con el centenario de la última aparición de la Virgen en Fátima, ocurrido el 13 de octubre de 1917 en Cova da Iria, en la zona central de Portugal. Recordemos, además, que el 13 de mayo pasado, el Papa Francisco pidió que en el Santuario de Fátima fuera consagrado su pontificado a la Virgen bajo esa advocación, como también la Jornada Mundial de la Juventud, que se realizó en julio pasado en Río de Janeiro. Esta mañana, en la Plaza de San Pedro, el Santo Padre en su discurso, dirigiéndose a la imagen de la Virgen, dijo: “Nosotros te damos gracias por la fe, y renovamos nuestra consagración a ti, Madre de nuestra fe”.

A este extraordinario momento eclesial nos hemos querido unir nosotros, junto con todas las parroquias de nuestra arquidiócesis, para orar por las intenciones del Papa Francisco, haciendo nuestro el lema que acompañó la consagración: “¡Bienaventurada porque has creído!”. Quisiera destacar entre nosotros la presencia de la comunidad parroquial de Nuestra Señora de Fátima, la cual, junto con el Cura párroco, el P. Martín, se sumó peregrinando hasta la Iglesia Catedral con la imagen de su celestial patrona. Ante ella, también nosotros nos unimos a la consagración que hizo el Papa Francisco, entregando todo lo que somos y tenemos al Inmaculado Corazón de María.

Podríamos preguntarnos ahora qué significa consagrarse a María y qué valor tiene consagrar el mundo entero a Ella. Para ayudarnos a responder a esa pregunta nos viene muy bien el lema que eligió el Papa para esta jornada: “¡Bienaventurada porque has creído!”. Consagrarse es realizar un acto de fe. O sea, confiarse enteramente en las manos de Dios, como lo hizo María, por eso la felicitamos con ese hermoso saludo que inspira nuestra jornada: “¡Bienaventurada porque has creído!”.

Pero, ¿por qué es necesario consagrar de nuevo el mundo entero a la Virgen? Dos papas anteriores ya lo habían hecho. El primer Pontífice en realizar esta Consagración fue su Santidad Pío XII, quien entregó a la Santísima Virgen la Iglesia y todo el género humano el año 1942, en pleno auge de la segunda guerra mundial. Luego el Beato Juan Pablo II también consagró el mundo al Inmaculado Corazón de María el día 25 de marzo de 1984, cuando pidió que se trasladara la imagen sagrada venerada en Fátima, gesto que ha imitado también por el Papa Francisco para esta ocasión.

Sin embargo, a pesar de todo, es preocupante ver cómo el hombre se obstina en construir el mundo al margen de Dios. La consagración nos devuelve la memoria de nuestro origen que es Dios. Él es la meta de todo ser humano y de toda la creación. Consagrar el mundo nos lleva a contemplar a la Virgen Madre y aprender de Ella a poner en el centro de nuestra vida a Dios. De Dios Padre y Creador hemos recibido el mandato de cuidar el mundo para hacerlo un lugar habitable y bello para nosotros y para las generaciones venideras. El mundo abarca la totalidad de la creación y en la cima de todo fue puesto el hombre. Todo fue creado en beneficio suyo, para que él colaborara con su Creador y lo llevara a la perfección.

En la Carta del Papa Francisco leemos que “en el centro de la fe bíblica está el amor de Dios (…) que alcanza su cúspide en la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo. Cuando se oscurece esta realidad, falta el criterio para distinguir lo que hace preciosa y única la vida del hombre. Cuando la fe se apaga –continúa diciendo el Santo Padre– se corre el riesgo de que los fundamentos de la vida se debiliten, se debilitaría la confianza entre nosotros, pues quedaríamos unidos sólo por el miedo. De fondo, está el convencimiento de que el hombre alejado de Dios se desprecia a sí mismo y a sus semejantes”. Hoy nos damos cuenta qué oportuno fue el llamado del Papa Benedicto XVI a vivir el Año de la fe.

La fecha del 13 de octubre que eligió el Papa Francisco conmemora, como dijimos al comienzo, el centenario de la aparición de la Virgen de Fátima a Lucía, que junto con los beatos Francisco y Jacinta, vieron a la bella Señora. Esa fue la última aparición y a ella está unido el llamado tercer secreto de Fátima. ¿En qué consistió ese secreto que se hizo público en el año 2000? Digamos primero que la Iglesia prefiere hablar de “mensaje” de Fátima en lugar de “secreto”. Vayamos a lo esencial de ese mensaje, a través del comentario que hizo en su momento el cardenal Ratzinger: “Como palabra clave de la primera y de la segunda parte del «secreto» hemos descubierto la de «salvar almas», así como la palabra clave de este (tercer) «secreto» es el triple grito: ¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Penitencia! Viene a la mente el comienzo del Evangelio: Conviértanse y crean el Evangelio (Mc 1,15). Comprender los signos de los tiempos significa comprender la urgencia de la penitencia, de la conversión y de la fe. Me permito insertar aquí un recuerdo personal –continúa diciendo el Cardenal– en una conversación conmigo, sor Lucía me dijo que le resultaba cada vez más claro que el objetivo de todas las apariciones era el de hacer crecer siempre más la fe, en la esperanza y en la caridad. Todo el resto era sólo para conducir a esto” 

Por lo tanto, el gesto de consagrar el mundo a la Virgen que realizó el Papa Francisco, es un fuerte llamado primero a todos los católicos y luego a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, sobre la urgencia, como lo ha dicho en la Carta sobre la fe, de cuidarnos unos a otros y de volver a la verdadera raíz de la fraternidad que sólo podemos encontrar en Dios como referencia de Padre común, y de buscar modelos de desarrollo que no se basen sólo en la utilidad y el provecho, sino que consideren la creación como un don del que todos somos deudores. “La fe nos enseña que cada hombre es una bendición para mí, que la luz del rostro de Dios me ilumina a través del rostro del hermano”.

Por último, los Pastorcitos de Fátima –niños que fueron elegidos como instrumentos para que Dios se comunicara con los hombres– nos recuerda una vez más que “Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes” (St 4,6). Miremos a esos pastorcitos: Lucía, 10 años; sus primos hermanos, Francisco 9 años, y Jacinta 7 años, eran niños de condición muy humilde y profundamente piadosos. Por medio de ellos, la Señora de Fátima, deja un mensaje importantísimo para la humanidad, un mensaje que confirma el llamado a la conversión, que fue el tema principal de la predicación de Jesús: “conviértanse y crean en la Buena Noticia” (Mc 1,15).

Que Nuestra Señora de Fátima, junto a los beatos Francisco y Jacinta, nos alcancen la gracia de la conversión, ablanden los corazones endurecidos por la indiferencia y el odio, y moderen los deseos insaciables de poder y dinero que tanto sufrimiento y muerte siembran entre los hombres. Te suplicamos, oh Virgen bendita, que nos concedas un gran amor a tu Divino Hijo Jesús, y que ese amor se convierta en servicio generoso hacia nuestros hermanos, especialmente hacia los más pobres y necesitados, para que peregrinos junto con ellos, y renovados en la fe, la esperanza y la caridad, por la misericordia de Dios atravesemos gozosos la puerta que nos lleva al cielo. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes

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