Por el P. José Quintana Peña
En 1219 el diácono san Francisco de Asís, ante un pueblo creyente, pero en su mayoría analfabeto, tuvo la idea de representar en "vivo" escenas del nacimiento del Señor.
Así, con el paso del tiempo se fue extendiendo en el mundo europeo, luego América y resto del mundo.
Hasta el siglo XIX fue lo más popular en los templos y hogares, adorándose de una manera particular la sagrada Imagen del Niño Jesús.
También el árbol de Navidad, cuenta la leyenda que en el siglo VIII un monje de los países escandinavos, ante el frío y pocos elementos, se le ocurrió colocar en un abeto, tarros con arpillera y algún producto de la época que encendía con fuego. Más tarde siempre hablando de los países nórdicos se fue modificando.
Con la reforma de la Iglesia Evangélica, que no acepta las imágenes, esta se fue agigantando, mientras que la católica quedó con el pesebre.
Ahora que los evangélicos también tienen su pesebre, se ha hecho desde hace cien años popular el árbol de Navidad que significa la vida nueva.
El 8 de diciembre al celebrar la concepción de María en Santa Ana, ya se vislumbra la venida del Salvador, por eso en ese día en muchos lugares da lugar la presentación del árbol y el pesebre.
Algunas sugerencias de cómo prepara la Navidad del Señor
A los creyentes, la frecuencia de la confesión, misa y comunión. A todos, obras de caridad, dar dinero, alimentos, ropas a Cáritas de su parroquia, visitar enfermos, marginados, tristes, solos, abandonados. Invitar a alguien que está solo a compartir la cena en su casa. Esto es lo que el Papa llama “tener olor a oveja”.
También la oración diaria, por la patria, las familias y su comprensión y unidad, perdonar de corazón si se está enojado con alguien, buscarlo y pedirle perdón, darle un abrazo de paz.
En definitiva si nos falta esto, Navidad es una recordación sin mucho sentido.
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